Digan lo que digan, digan que el fútbol es el
opio del pueblo (algunos dicen que la religión lo es), pero no puedo dejar de
sojuzgarme ante la inmensa influencia que este ambiente de Mundial (que terminó
el 13/07/2014) dejó a nuestras vidas, y máxime cuando uno vive en un país donde
se respira fútbol todos los días.
Para los brasileños, y a pesar de la derrota
horrorosa de la Selección brasileña, éste es el país del fútbol y no sólo
porque es, y sigue siendo, el mayor campeón de todos los tiempos, sino porque
los meandros futbolísticos y futboleros son tan complejos que hasta se puede
explicar algo que es inexplicable: el alma de una nación tan variada y heterogénea.
Con tamaño continental y con una cultura tan
vasta y densa, tan cambiante y diversificada, llegué a la conclusión que sólo
el fútbol es unanimidad, a punto de que, el fracaso del seleccionado nacional
en este Mundial ( en que fuimos anfitriones) dio pie a un enorme debate sobre
la necesidad de reformular el fútbol, y a pesar de conocer mucha gente que le
da por la tangente este deporte, cuando llega el Mundial de Fútbol, es
impresionante ver como el país se tiñe de verde amarillo, los colores
nacionales.
Durante estos treinta días de juegos y cuando
la Selección Nacional salía victoriosa, miré las calles atiborradas de gente y
la alegría era general.
Siempre admiré la riqueza cultural brasileña.
Su música y su danza, su arte en todos los niveles, su compleja historia y la
sencillez de sus habitantes.
No hay extranjero alguno que no alabe ni se
rinda ante el “ser” brasileño que, siendo un buen anfitrión, es capaz de dejar
todo de lada para recibir bien. Incluso para los más pesimistas recalcitrantes,
el éxito de este Mundial resulta asombroso. ¿Quién podría imaginar que, una
semana antes del inicio del evento, las grandes ciudades estaban plagadas de
protestos, reivindicaciones y huelgas? Una semana antes, la ciudad más grande
del país tuvo una paralización del sistema de metro, que fue una locura. Pero,
empezó el Mundial y todo se desvaneció. Apareció en el horizonte la máxima
pasión del pueblo brasileño: el fútbol y ahí todo quedó en el olvido. Pero sólo
por un mes.
Entonces, parodiando a un comentarista local,
me rendí a ese ambiente de “alienación simpática” por cuatro semanas. Los
problemas no desparecieron, siguen allí, pero aprovechamos aquellos días de
júbilo para recargar las baterías para enfrentar nuevamente los complejos
problemas nacionales.
Ese momento mágico, ha durado sólo un mes, pero, al menos
aprovechamos esos días de “PAN Y CIRCO” como lo hacían los romanos cuando eran
un imperio.
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