Era un reloj verde y cuadrado. El tic-tac de su marcador indicaba la perennidad del tiempo. Estaba sobre una consola de mármol con un gran espejo y junto con los objetos personales de la abuela: joyas, perfumes, abanicos, maquillaje. Yo me acercaba a él y pretendía saber la hora. Todo era tan confuso.
Un día, la abuela me enseñó las horas. El reloj verde marcaba las 4 en punto de la tarde. Ella, con su voz melodiosa y dulce me dijo: “Son las dieciséis horas o las cuatro (en punto) de la tarde”. Asombrado le pregunté el por qué de dos expresiones para lo mismo. Ella me miró pensativa y después dijo :”Dieciséis es el nombre, cuatro es el apodo”.
Nunca más lo olvidé.
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