FE EN PRÁCTICA
Con la fe
avivamos continuamente el amor a Dios, por eso, debemos pedir siempre y en todo
momento que el Señor nos conceda una fe firme, que influya en todas nuestras
obras.
Los actos
de fe, o la fe puesta en práctica, es sólo la consecuencia de esa relación tan
estrecha que debemos tener con Dios.
Muchas
veces pasamos por la vida (en la mayor parte de nuestra vida, por lo menos) sin
que nuestra fe puesta en jaque, sea puesta a prueba. Pero, en el momento menos
pensado, nos puede sorprender una incomodidad, un sufrimiento, la pérdida de un
ser querido y muchas otras tragedias más, que pone a prueba nuestra fortaleza y
nuestra fe.
Aun cuando
en ocasiones pueda parecer que triunfa el mal y quienes lo llevan a cabo, como
si Dios no existiese, llegará a cada uno su día y se verá que realmente ha
salido vencedor quien ha mantenido su fidelidad al Señor. Vivir de fe es
entender que Dios nos llama cada día y en cada momento a vivir, con alegría,
como hijos suyos, siendo pacientes y teniendo puesta la esperanza en Él.
Con una fe
viva, puesta en práctica a través de obras, comportamiento y dedicación,
superamos los obstáculos de un ambiente adverso y las dificultades personales,
con frecuencia más difíciles de vencer.
Existe la
fe muerta que no salva, es la fe sin obras, que se muestra en actos llevados a
cabo a espaldas de la fe, en una falta de coherencia entre lo que se cree y lo
que se vive. Existe también una “fe dormida”, esa forma pusilánime y floja de
vivir las exigencias de la fe que todos conocemos con el nombre de tibieza.
Necesitamos
una fe firme que nos lleve a alcanzar metas que están por encima de nuestras
fuerzas y que allane los obstáculos y supere los “imposibles” en nuestra vida.
Es esta virtud la que nos da la verdadera dimensión de los acontecimientos y
nos permite juzgar rectamente de todas las cosas.
Solamente
con la luz de la fe y con la meditación de la palabra divina, es posible
reconocer siempre y en todo lugar a Dios, en quien vivimos, nos movemos y
existimos.
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