Los grandes pensadores de la civilización universal
han dejado huella en nuestras vidas acercando al ser humano temas trascendentes
en diversas obras artísticas e intelectuales.
Ahora me toca a mí parafrasear a la gran pensadora
francesa Simone de Beauvoir (1908-1986) que hablaba de los «tiempos muertos»
«No he deseado ni deseo nada más que vivir sin
tiempos muertos»
Esto es lo que escribió Beauvoir y me gustaría
analizar estas palabras según mi propia experiencia vital.
Considero que los «tiempos muertos» son esos
momentos de nuestra vida en los que no existimos plenamente. Esa sucesión de
momentos áridos, como una travesía interminable por el desierto. Esa sensación
de angustia y desesperanza, de falta de emociones, de falta de ideas, de falta
de creatividad.
Estos nefastos hiatos son terriblemente solitarios y
profundamente espantosos. Pero son necesarios. Porque cuando salimos de ellos,
nuestra vida vuelve a brillar con luz propia y -como por milagro- regresa la
explosión de creatividad, producción artística y emociones sublimes.
La vida es una invasión constante de emociones y
sensaciones contradictorias. Tiene altibajos, luces y sombras, amores,
pasiones, aventuras, desventuras, desgracias y tragedias. Todos estos elementos
forman parte de la poderosa sensación de vivir. Incluso cuando hay tragedia,
hay vida. Incluso cuando hay odio, hay vida. Pero en los tiempos muertos, no
hay nada. Hay un gran vacío, hay una soledad atroz, inerte. No
hay vida, hay muerte silenciosa y profundamente oscura.
En tiempos muertos no hay sabor, ni escritura, ni
sentimientos. Es un inmenso e interminable campo árido en el que el alma humana
parece anestesiada por un lapso de profundo silencio.
Vivir sin tiempos muertos implica «vivir plenamente
la vida con todo lo que ofrece: amor, odio, venganza, generosidad, luz,
caridad, espiritualidad, pasión».
En los tiempos muertos, sin embargo, no me acuerdo de mí, ni de dónde
vengo, ni adónde voy. Es un momento congelado en el inmenso tiempo de la nada.
Vivir implica un inmenso coraje. Una llamada a
desafíos indecibles, una lucha constante por la supervivencia de la propia
conciencia inmersa en una inmensidad de contradicciones y problemas que la
propia existencia nos ofrece a cada respiración, a cada paso, cuando abrimos y
cerramos los ojos.
Aceptar este reto nos hace hercúleos, nos hace
imponentes, nos hace humildes, nos hace simples seres en el universo, nos hace
inmortales y a la vez frágiles como una pluma que vuela con el viento sin saber
dónde posarse.
Pero todos estos retos también nos hacen humanos,
muy humanos, demasiado humanos.
Estoy totalmente de acuerdo con la pensadora -Simone
de Beauvoir- sobre no querer nunca más que vivir sin tiempos muertos.
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