domingo, 12 de junho de 2011

EN LA FIESTA DE PENTECOSTÉS


Finalmente ha llegado el Día de Pentecostés, cuando el misterio de Cristo alcanza el ápice de la revelación de Dios en la historia. En la mañana luminosa de Pentecostés, Jerusalén se había convertido en una señal visible de la comunión que la misión del Hijo y del Espíritu Santo, han realizado en el mundo. Los pueblos se entendían y las manos se encontraban porque estaban levantadas hacia Dios. El coraje de los Apóstoles era fruto de la experiencia de fe que se anidó en sus corazones. Y esta misma experiencia que buscamos al celebrar, dos mil años después, el coronamiento del Misterio Pascual.
El Paráclito santifica continuamente a la Iglesia y a cada alma. La venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés no fue un hecho aislado en la vida de la Iglesia. Con la gracia de la Tercera Persona de la Trinidad, todos los cristianos, desde entonces, tenemos la misión de anunciar y cantar las “Magnalia Dei” (Las maravillas de Dios) que ha hecho el Señor en su hijo y en todos los que creen en Él. Somos ya un pueblo santo para publicar las grandezas de Aquel que nos sacó de las tinieblas a su luz admirable.
Una de las cualidades que debemos abrigar en nuestra alma para recibir el Espíritu Santo, es la “docilidad”, pues es con esta cualidad que el Paráclito, con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a nuestros pensamientos, deseos y obras.
Si somos dóciles a Él, el Espíritu Santo se derramará sobre nuestros corazones y nos brindará sus dones y sus frutos.
Son siete sus dones. Ellos son:
EL DON DEL ENTENDIMIENTO : Por medio de este don, pedimos al Espíritu Santo que ilumine nuestra inteligencia para conocer los misterios revelados, el querer y la voluntad de Dios en nuestra vida.
EL DON DE LA CIENCIA: Que podamos comprender y dar gracias por las maravillas de la creación, la naturaleza y su belleza. Supeditar el fin sobrenatural del hombre a las realidades terrenas.
EL DON DE LA SABIDURÍA: Pedir el conocimiento de Dios y todo lo que a ÉL se refiere y que anide en nuestro corazón la virtud de la caridad. Amar a los demás y poder juzgar con verdad sobre las situaciones y cosas de la vida.
EL DON DEL CONSEJO: A través de este don, el Señor nos ayuda a ser prudentes. A actuar en a vida conforme tus designios; a dejarnos abandonar por el Espíritu Santo para que Él actúe en todo lo que hablamos y hacemos.
EL DON DE PIEDAD: Tener confianza en Dios como nuestro Padre. Respetar y honrar a los padres y semejantes, como hermanos e hijos de Dios, y a las autoridades constituidas.
EL DON DE LA FORTALEZA: Que el Espíritu Santo nos dé fortaleza para vencer los obstáculos de la vida, todos ellos, movidos por la gracia divina y de saber que con Dios todo lo podemos.
EL DON DEL TEMOR DE DIOS: Dadnos Señor este don para que aborrezcamos el pecado y te amemos más que nada en este mundo.
Con estos siete dones, también están los frutos que nos proporcionan el Espíritu Santo. Ellos son:
Caridad (la virtud más excelsa)
Alegría
Paz (interior y con los demás)
Paciencia : la virtud en la que se basan las demás
Longanimidad: perfecto desarrollo de la esperanza. Saber esperar.
Bondad : querer hacer el bien y desear el bien a todos.
Benignidad : disposición que nos inclina a hacer el bien.
Mansedumbre : Suavidad y dulzura y gran fortaleza de espíritu.
Fidelidad : Resumen de todos los frutos con los que nos relacionamos con el prójimo.
Modestia: Saber comportarse de modo equilibrado y justo. Refleja la sencillez y el orden interior.
Continencia: El alma está vigilante para proteger la pureza interior.
Castidad: El amor a Dios nos lleva a dirigir nuestra pureza de corazón y de cuerpo a Él en primer lugar.
Pidamos al Santo Espíritu que nos dé el mérito de la virtud, el puerto de la salvación y del eterno gozo.
Termino invocando una vieja oración de la Iglesia que dice:
URE IGNIS SANCTI SPIRITUS RENES NOSTROS ET COR NOSTRUM, DOMINE.
(PURIFICA SEÑOR, CON EL FUEGO DEL ESPÍRITU SANTO NUESTRAS ENTRAÑAS Y NUESTRO CORAZÓN)

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