El amanecer
silencioso y colmado de misterios es la hora del día que más me gusta y en el
que me soslayo de una tranquilidad y una satisfacción plena, pues es el momento
en que mi mente y mi espíritu están unidos en una corriente de inspiración
profunda y armoniosa.
El amanecer
tiene sus bemoles dependiendo de la estación. Por ejemplo, ahora estamos en
otoño y el cielo nos ofrece una característica algo bucólica y grisácea, como
presagiando el invierno que se avecina. El amanecer otoñal del mes de mayo, por
ejemplo, es algo increíble. Antes de la salida del sol, el tiempo siempre está
un poco nublado y la temperatura fresca y agradable. A veces, después de una
noche de lluvia, el ambiente está impregnado de humedad, pero, al salir el sol,
los rayos oblicuos del astro rey inundan toda la ciudad. Los edificios,
entonces, adquieren una tonalidad casi luminosa y la vida se llena de
esperanzas.
Los
amaneceres de mi vida siempre han sido entrañables. Son horas repletas de
sensaciones y emociones que calan hondo en mi mente y en mi corazón. De ella
surgen pensamientos, historias y mil anécdotas que pueblan mi existencia y
sobre las cuales escribo con gran satisfacción.
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