El proceso
espiritual de mi vida ha pasado por varias etapas y por varias ayudas
literarias. Libros de oración, misales, lecturas bíblicas, y un devocionario
que un buen amigo mío me había dado de regalo en mi cumpleaños de 1993.
El pequeño librito
marrón de hojas amarillas costaba de dos partes : Una, del texto de Tomás de
Kempis, “La imitación de Cristo” y, la segunda parte de un devocionario lleno de oraciones litúrgicas
antiguas que pertenecen al depósito de la fe católica a través de los siglos.
Pues bien, este
devocionario me había acompañado por casi veinte años. Había sido testigo de
mis luchas intensas de devoción y de apostolado, de Vía Crucis y de
contentamiento, de gran serenidad y tempestad emocional. Con las oraciones que
me remetían a mi tierna infancia y a la de mis padres y mis mayores, el pequeño
tesoro espiritual ha sido siempre, una fuente de aliento y de progreso de mi
fe.
He ahora que lo he
perdido. Simplemente como se pierden los objetos más entrañables de esta vida,
como se pierde un tesoro. Tengo en la mente un buen número de oraciones y
devociones, pero, la fuente misma de mi devoción, se ha perdido.
Al inicio me he
quedado petrificado ante la posibilidad de que no pudiera seguir sólo sin mi
“muletilla” que era el devocionario. Pero, por otro, me di cuenta que, en todos
estos años de proceso espiritual ya era hora de conducirme solo por la larga y
estrecha senda de mi fe.
Mi pequeño libro de
oraciones quedará en mi memoria como un gran tesoro, una luz que me ha
iluminado por las oscuras sendas , a veces tenebrosas, de mi fe. Ahora, ya
puedo caminar con mis propias piernas.
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