Los griegos
ancestrales definieron la CODICIA como HÚBRIS, o sea, la desmedida ambición
humana por el poder y la gloria. Debo confesar que la “Húbris” forma parte de
la esencia humana así como el amor, el odio y el miedo.
Dos milenios
después, todavía seguimos viendo la codicia en los personajes políticos
actuales, en las celebridades, en aquellos que quieren aferrarse a algo que en
realidad es etéreo.
Volviendo a
los inicios de la historia, encontramos personajes como Napoleón, Julio César,
Cesar Augusto, Alejandro Magno, Hitler y Mussolini, Stalin y tantos otros
dictadores que se aferraron al poder en forma increíble y, la historia lo
admite, murieron de forma cruenta o triste. La codicia humana no tiene límites.
Es una bola con agujeros y llenarla es imposible. Napoleón envidiaba a Carlo
Magno, que por su vez envidiaba a Julio César. Éste envidiaba a Alejandro
Magno, que envidiaba a Hércules que no existía.
Ni todo el
oro, ni la gloria, ni todo el poder del mundo son suficientes para saciar la
codicia de un único hombre. Hay que entender y conformarse con esto.
La codicia
de Europa la está llevando a una crisis increíble. La codiciosa política
externa estadounidense es responsable por las guerras en Irak y Afganistán. La “Húbris”
del dictador Sirio Al Assad, lo califica como uno de los típicos tiranos
sedientos de sangre y de poder. En Latinoamérica, lamentablemente no estamos
mejor. ¿Qué ejemplos más salientes que el egocentrismo de Hugo Chávez, de los
hermanos Castro, de Evo Morales y hasta la tragicómica chifladura de Cristina
Kirchtner que pretende “resucitar” el caso Malvinas para desviar la atención a
los graves problemas económicos de su país? Todo tiene su germen, su origen, en
la codicia humana.
Creo que,
en nuestros días, hace mucha falta aquel hombre que acompañaba a los héroes
romanos durante los desfiles en una auriga y, que repetía constantemente:
MEMENTO MORI (Acuérdate de que eres mortal).
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