quinta-feira, 7 de junho de 2012

UNA MIRADA DE FE


EN LA FIESTA DE CORPUS CHRISTI


“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su hijo Unigénito, para que todo el que crea en ÉL no perezca, sino que tenga vida eterna”(Jn.3,16)

El gran misterio de nuestra fe se centra en la Eucaristía, es decir Cristo, hoy y siempre Rey del Universo y Redentor de la Humanidad, se ha quedado entre nosotros en una presencia viva y eterna a través de su cuerpo y de su sangre.

La Fiesta de Corpus Christi es la exaltación suprema de este misterio. Tanto amó el Señor a la humanidad que decidió quedarse bajo las especies del pan y del vino. Durante la última cena, Jesús había instituido este glorioso sacramento de vida. Él está en la Eucaristía con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad. Es la base fundamental de nuestra fe.

Durante las Misas diarias que se ofrecen en todo el mundo, el supremo sacrificio del altar, se produce el milagro de la TRANSUBSTANCIACIÓN, en el que el pan y el vino se convierten – por la fe – en el cuerpo y la sangre del Señor. Y este es nuestro alimento espiritual. Gracias a la comunión, podemos tener la oportunidad de permitir que el Señor habite dentro de nosotros y nos fortalezca para la vida eterna.

Santo Tomás de Aquino, en su célebre obra ADORO TE DEVOTE, exaltaba este misterio: Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto realmente bajo estas apariencias, a ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

El mismo Cristo, en cada Misa, se ofrece manifestando la amorosa entrega a su Padre Celestial, expresada ahora en la Consagración del pan y separadamente, la Consagración del vino. Este es el momento culminante – la esencia, el núcleo- de la Santa Misa.

Esta presencia de Cristo en la Sagrada Eucaristía  es real y permanente, porque acabada la Santa Misa, queda el Señor en cada una de las formas y partículas consagradas no consumidas. Es el mismo que nació, murió y resucitó en Palestina, el mismo que está a la diestra de Dios Padre.

En el Sagrario nos encontramos con ÉL, que nos ve y que nos conoce. Podemos hablarle como hacían los Apóstoles, y contarle lo que nos ilusiona y nos preocupa. Allí encontraremos siempre la paz verdadera, la que perdura por encima del dolor y de cualquier situación.

“En la cruz se escondía sólo la divinidad, pero aquí también se oculta la humanidad. Creo y confieso ambas cosas y pido lo que pidió el ladrón arrepentido”.

El cántico del ADORO TE DEVOTE es una expresión de amor inconmensurable. En él, Santo Tomás expresa su fe con poema y dulzura y también escribe su máximo deseo, el deseo de un alma enamorada que ansía encontrar la fuente del amor verdadero: “Jesús, a quien ahora veo escondido, haz que se cumpla lo que tanto ansío, que viendo tu rostro no oculto, sea yo feliz con la visión de tu gloria. Amén”

Entre las innúmeras oraciones y cánticos eucarísticos, existe una que encuentra mi fervor inenarrable. Mi corazón se llena de amor, al recitar esta oración de San Buenaventura, cuando estoy delante del Santísimo, es muy antigua y la he aprendido desde niño cuando hice mi primera comunión. Aún hoy, suscita en mí una devoción poderosa y aumenta mi fe : “Sed siempre sólo Vos, oh Jesús!, mi única esperanza; la fuente de mi confianza, mi tesoro, mi encanto, mi amor, mi alegría, mi descanso y tranquilidad, mi paz y suavidad, el delicado perfume de mi alma, mi dulzura, mi refugio y sostén, mi ayuda, mi sabiduría, mi herencia, mi bien y mi riqueza. Que solo en Vos, oh Jesús!, estén siempre fijos mi espíritu y mi corazón, afianzados y arraigados en Vos. Así sea.”

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