TIEMPO DE CUARESMA:
DESPRENDIMIENTO
Es
apropiado, en estos tiempos de cuaresma, dirigir nuestra mirada hacia nuestro
propio YO interior y meditar sobre las grandes e importantes cuestiones de fe.
Una de ellas es, sin dudas, el desprendimiento.
El
desprendimiento nace del amor a Cristo y, a la vez, hace posible que crezca y
viva de este amor. Dios no habita en un alma llena de baratijas. Baratijas son
todos aquellos bienes materiales que, en principio y en esencia, son
importantes para nuestra vida y para ayudar a los demás, pero tenemos que
colocarlos en su debida posición e importancia en nuestra vida, no podemos
elevarlos como máximos e imprescindibles elementos de nuestra existencia.
El Señor
desea que nos ocupemos en las cosas de la tierra y las amemos correctamente,
“Poseed y heredad la tierra”. Pero una persona que ame “desordenadamente” las
cosas de la tierra no deja lugar en su alma para el amor a Dios. Son
incompatibles el “apegamiento” a los bienes y querer al Señor: “no podéis
servir a Dios y a las riquezas”. Las cosas pueden convertirse en una atadura
que impida alcanzar a Dios. Y si no llegamos hasta ÉL, ¿para qué sirve nuestra
vida?. Para llegar a Dios, Cristo es el camino, pero Cristo está en la Cruz y para
subir a la Cruz hay que tener el corazón libre, desasido de las cosas de la
tierra.
Los bienes
materiales son buenos, porque son de Dios. Son medios que Dios ha puesto a
disposición del hombre desde su creación para su desarrollo en la sociedad con
los demás. Somos administradores de esos bienes durante un tiempo, por un plazo
corto. Todo nos debe servir para amar a Dios – Creador y Padre – y a los demás.
Se excluye
de una verdadera vida interior, de un trato de amor con el Señor, aquel que no
rompe las amarras, aunque sean finas, que atan de modo desordenado a las cosas,
a las personas, a uno mismo.
El
desprendimiento aumenta nuestra capacidad de amar a Dios, a las personas y a
todas las cosas nobles del mundo.
El
desprendimiento necesario para seguir de cerca al Señor incluye, además de los
bienes materiales, el desprendimiento de nosotros mismos, de la salud, de lo
que piensan los demás de nosotros, de las ambiciones nobles, de los triunfos y
éxitos personales.
El
desprendimiento además de acercarnos al Señor a cada momento y, cada vez más, –
a través de la oración y otros actos de piedad –, nos lleva a establecer un
comportamiento de profundo amor filial también con nuestros semejantes. Como
los bienes materiales ya no ocupan un lugar preeminente en nuestro corazón,
podremos ofrecer lo poco y lo mucho que tenemos, para hacer llevadera la vida
de los que están a nuestro alrededor y, de los que acuden a nosotros en busca
de auxilio y apoyo.
El corazón
se vuelve más limpio, la mirada al Señor más excelsa y en nuestro corazón sólo
hay cabida para el amor a Cristo.
Nuestros
corazones deben ser para Dios, porque para ÉL han sido hechos, y sólo en ÉL
colmarán sus ansias de felicidad y de infinito. “Jesús no se satisface
compartiendo”: “lo quiere todo”. Todos los demás amores limpios y nobles que
constituyen nuestra vida aquí en la tierra, cada uno según específica vocación
recibida, se ordenan y se alimentan en este gran Amor: Jesucristo, Señor
nuestro.
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