La noche
está silenciosa y algo mustia. No parecía que era la noche de Pascuas, la noche
en que no debería haber tinieblas, sólo luz y paz. La paz es una realidad tan efímera
cuanto la sensación de estar vivo, o la sensación de medio muerto. Pero la paz
es algo que se siente, se vive, no es una quimera. Hay algo de esa paz esta
noche, esta noche de pascuas. Afuera, las luces de la gran ciudad parecen no
darse cuenta de que esta noche es noche de pascuas. Quizá la muchedumbre
alborotada por tantos días de feriado, estén aprovechando las juergas, las
chanzas entre amigos, en fin, aprovechando lo que puede llamarse: la juventud. Pero esta noche es noche de
pascuas y es un momento de reflexión sobre el presente, el pasado y el
incognito futuro.
Es posible
meditar sobre cuestiones de fe, pero también sobre cuestiones de vida, a fin de
cuentas las pascuas de resurrección son modelos de renacimiento de vida, de
volver a recriar la vida, de volver a salir de la oscuridad de las sombras de
las incertidumbres y ver la luz de la verdad. Esa luz es, de cierta forma,
aquello que uno lleva dentro, bien en el fondo del alma. Desde la mirada tierna
de mi infancia, de aquellas pascuas de mi infancia, cuando no existía la
costumbre de regalarse huevos de chocolate, cuando esta fecha era solamente una
celebración mayor de alegría, hasta el presente silencioso y algo acomodado,
presente lleno de sensaciones extrañas, en que la vida parece dormitar y a
veces caer en un estado de sopor y de tibieza que es escalofriante. Pero, esta
noche de pascuas también es noche de esperanzas. Esperanza en volver a sentir
los efluvios de una inspiración divina, de volver a escribir sobre lo más
profundo de mi alma, de descubrir secretos y misterios que son afines a mi propia
existencia y de llevar esas esperanzas hacia el futuro. Puedo, casi tener la seguridad
de que estoy oteando el horizonte de mi vida y ver, algo diferente de lo que
estoy viviendo ahora.
Son
disquisiciones fundamentales de hacerse en algún momento de la vida, y quiero
aprovechar esta noche de alegría para poder hacerlas de la mejor forma posible.
Desde el
albor de la vida hasta el ocaso, el hombre ha dado importancia a los rituales
de su existencia. Estos rituales dan sentido a la vida, y la hacen más
atractivas. Es maravilloso participar de una Vigilia Pascual y sentir los
efluvios espirituales de luz y de amor, algo propios para la pascua del Señor. Los
rituales tienen la misión de dar un “plus” a nuestra existencia, una especie de
color y decorativos que nos hacen sentir bien. Pero, por otro lado también
siento que los rituales ejercen una especie de magia que dan sentido intrínseco
a lo que se vive. Por ello, soy ritualista. No me gusta pasar mi existencia en
medio de superficialidades, de que un día es igual al otro, de que los días son
iguales, de que nos levantamos, trabajamos, comemos y volvemos a dormir como
autómatas. No, de ninguna manera quiero ser un ser humano trivial y carente de
importancia. Quiero ser un ser humano singular y único, un pedazo viviente en
el universo, un haz de posibilidades y capaz de ejercer toda su potencialidad
hacia el infinito. Cuestiones que sólo son posibles analizar en una noche de
pascuas de resurrección, cuando la VIDA misma adquiere su total sentido.
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