LAS HORAS BAJAS
No podría
disfrutar de la alegría y de la paz si no existieran las horas bajas. Son
aquellos momentos oscuros en que el alma está embotada, las lágrimas prestes a
derramarse, las preocupaciones y los problemas originan una sensación de
desahucio en la boca del estómago. En las calles todo parece nublado y
grisáceo. Las personas tienen el mismo rostro y el ruido es ensordecedor. No
hay ninguna esperanza y no se ve brillar la luz del sol. Esas son horas en que
la fe cumple un papel primordial.
No debemos
dejarnos llevar por los tentáculos del desánimo, de la aridez y la falta de
perspectiva.
Así como en
el estado de gracia se entra y se sale sin previo aviso, en las horas bajas ocurre
lo mismo.
El mejor
consejo para el alma entonces, es luchar contra el SOPOR, o sea la ceguedad,
tibieza, mediocridad, desánimo, aburrimiento, fastidio, inercia, estrechez, frialdad
espiritual, entumecimiento del alma y permanecer indiferente ante la suerte de
los que nos tratan cada día.
Un nuevo
día es siempre motivo de lucha, de esperanzas y expectativas. Bregar y no
desfallecer, luchar con denuedo ante las sombras que nos cercan, pedir auxilio
al Señor nos ayudará a salir de ese peligroso estado de tibieza y desolación.
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