terça-feira, 9 de dezembro de 2014

EN LA FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


Hoy celebramos una de las más importantes fiestas de la cristiandad, un misterio inagotable de amor divino, de amor maternal, un misterio lleno de grandes esperanzas para todos los hombres: la Purísima Concepción de la Madre de Dios.
María es la estrella del mar, la estrella de la mañana y la causa de nuestra alegría. Rememorando las palabras del beatísimo Papa Juan Pablo II, “Con María de la mano, nunca estaremos tristes, porque sólo ella conoce el verdadero camino que conduce a su divino hijo”, y ciertamente, el nacimiento de la Virgen fue la primera señal de que la Redención estaba ya próxima. La aparición de Nuestra Señora en el mundo es como la llegada de la aurora que precede a la luz de la salvación.
“..Y me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque ha hecho cosas grandes por mí, el que es Todopoderoso”, decía la Santísima Virgen a su prima Santa Isabel en el Magnificat. En esta oración sublime del evangelio de San Lucas, podemos deducir, sin dudas, que la Madre de Jesús y Nuestra Madre, es la primera señal de esperanza que encuentra la humanidad en su paso por este mundo. La solemnidad de su Concepción Inmaculada - es decir, sin mancha de pecado original – es una de las muestras más latentes de la misericordia divina para con nosotros.
¡Bendito sea el dulce nombre de María, Virgen y Madre y, bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción!


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