sexta-feira, 28 de janeiro de 2011

EL SUEÑO DE PERSEO

Un joven de abundante pelo oscuro tenía la mirada perdida hacia la Victoria Street desde las ventanas de su oficina. Tenía unos minutos libres y sus pensamientos parecían no estar en el paisaje callejero que veía. Estaba más lejos.
Anthony Craig observaba la cúpula de la Catedral de San Pablo grisácea y algo etérea. Algo le inquietaba y no sabia exactamente lo que era. La intranquilidad desconocida podía ser más incómoda, casi rayaba la angustia y la desazón. No le gustaba sentirse así.
De niño, Tony era inquieto e independiente. Como el mayor de los hijos tuvo toda la educación necesaria en una sociedad elegante y muchas veces alegre. Los estudios fueron rígidos y la disciplina era algo muy conocido para él desde su tierna infancia. Pero en las vacaciones en España la que le provocaba una felicidad desbordante. Todos los años, en agosto, Tony acompañado de sus padres y su hermana menor a unas merecidas vacaciones de estío con sus parientes españoles en el sur de España o en las islas Baleares. Alternaban en Marbella, Andalucía y en la isla de Ibiza, la tercera isla de las Baleares en el mediterráneo.
Tony desde siempre había encontrado en su primo Eddy, dos años mayor que él, una compañía agradable y entusiasta. Los niños jugaban en la playa, hacían paseos de barco en familia y acostumbraban hacer largas excursiones a los alrededores de la ciudad. A él le encantaba el aire mediterráneo y bucólico de los lugares explorados. Parecían dos conquistadores, desbravando selvas inexpugnables de sueños y fantasías.
Eddy era su mejor amigo. Aun en la distancia los jóvenes mantenían la amistad aceitándola con el engranaje de la complicidad y la camaradería que Eddy nunca logró tener con su hermano Fernando. Por lo tanto, para Eddy, Tony era como un verdadero hermano.

(EXTRAÍDO DEL CAPÍTULO VIII "ANTHONY" DE "EL SUEÑO DE PERSEO")

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