Hace unos días,
nos sorprendió la noticia de que dos mendigos miserables de las calles inhóspitas
y crueles de São Paulo, habían encontrado la suma de R$ 20.000 (veinte mil reales),
unos $10.000 dólares americanos, y se lo devolvieron a la policía . Ésta,
inmediatamente puso en marcha su aparato investigativo y logró encontrar al
propietario del dinero. Éste era dueño de un restaurante que fuera asaltado la
noche anterior. Tras huir, los ladrones habían dejado caer el paquete por las
calles oscuras. La pareja de mendigos lo encontró y, sin hesitar, fue a la policía
a notificar el hallazgo.
La Prensa
hizo eco de este hecho con bombos y platillos. ¿Qué es lo que más llama la
atención: el hecho de que, unos pobres miserables – honestos hasta los tuétanos
– hayan devuelto el dinero o, que la honestidad anda tan rara en nuestros días?
Creo que ambas cosas.
Psicólogos
y Sociólogos explicaron que, tanto la honestidad como la deshonestidad no son
genéticos y dependen de factores económicos, sociales, culturales, etc.
Creo que la
noticia adquirió ribetes de suceso pues la honestidad (me refiero a aquella
virtud que nuestros abuelos tanto recomendaban, infelizmente no se ve todos los
días. En una sociedad donde los políticos son mal ejemplo para cualquier ciudadano,
donde la impunidad corre pareja con la truculencia, la ilegalidad, el robo y la
“viveza”, por supuesto, nos sorprende que personas que viven al margen de la
sociedad, que no tengan siquiera las condiciones mínimas de decoro, hayan dado
un ejemplo magistral de honestidad. Celebro que toda la aparatosidad de la
prensa haya invadido las calles con esta noticia, que la califico de “buena” en
medio de tanta tragedia humana.
Al preguntársele
sobre el por qué de su gesto (de devolver lo encontrado), el mendigo dio una
respuesta sorprendente: “Porque mi madre me había enseñado que no se debe tocar
lo ajeno”.
El “premio”
a la honestidad – un tesoro muy raro en la actualidad – se concretizó con el
ofrecimiento de empleo al mendigo por parte del propietario del restaurante. Es
el mejor reconocimiento que se puede hacer a alguien honesto privado de trabajo,
que lo posibilitaría tener una vida digna y decente.
Este tipo
de noticia me parece provoca una gran satisfacción. No todo en este mundo está
perdido: ¡Gracias a Dios!
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