PRUDENCIA Y SENCILLEZ
Sin duda,
las virtudes de la prudencia y la sencillez se perfeccionan mutuamente. Hemos
de ser prudentes, es decir cautos para no dejarnos engañar por el mal, para
reconocer a los lobos disfrazados de corderos, para distinguir a los falsos de
los verdaderos profetas. Hemos, además, de ser sencillos, porque sólo quien es
así puede ganarse el corazón de todos. Sin sencillez, la prudencia se
convertirá fácilmente en astucia. Estas dos virtudes se fortalecen y
complementan.
La
sencillez supone rectitud de intención, firmeza y coherencia en la conducta. La
prudencia señala en cada ocasión los medios más adecuados para cumplir nuestro
fin. San Agustín enseña que la prudencia “es el amor que discierne lo que ayuda
a ir a Dios de aquello que lo entorpece”.
Esta virtud
nos permite conocer con objetividad la realidad de las cosas, según el fin
último: juzgar acertadamente sobre el camino a seguir, y actuar en
consecuencia. Prudente no es – como frecuentemente se cree – el que sabe arreglárselas
en la vida y, sacar de ella el máximo provecho, sino quien acierta a edificar
la vida entera según la voz de la conciencia recta y según las exigencias de la
moral justa.
De este
modo la prudencia viene a ser la clave para que cada uno realice la tarea
fundamental que ha recibido de Dios. Esta tarea es la perfección del hombre
mismo, la santidad.
Para ser
prudentes es necesario tener luz en el entendimiento; así podremos juzgar con
rectitud los hechos y las circunstancias. ¿Cuántas veces no hemos juzgado
precipitadamente a nuestro semejante por falta de prudencia? y, ¿cuántas veces
no hemos hablado mal de alguien sin pruebas, por el simple hecho de transportar
chismes malévolos y sin fundamentos? La prudencia y la sencillez nos lo impedirían
ciertamente.
El primer
paso de la prudencia es el reconocimiento de la propia limitación: la virtud de
la humildad. Admitir, en determinadas cuestiones, que no llegamos a todo, que
no podemos abarcar, en tantos casos, circunstancias que es preciso no perder de
vista a la hora de enjuiciar.
La
sencillez nos mueve a rectificar cuando nos hemos equivocado, cuando aparecen
datos nuevos que cambian el planteamiento y la solución de un problema. En la
vida sobrenatural, la sencillez, tan cercana a la humildad, nos lleva a pedir
perdón muchas veces en nuestra vida, pues son muchas las flaquezas y los
errores que cometemos.
Con la
prudencia y la sencillez bien estructuradas en nuestra vida interior, nuestro
comportamiento y nuestra actitud firmes de cristianos, quedarán translucidos de
caridad y de humildad.
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