sexta-feira, 13 de julho de 2012

UNA MIRADA DE FE


PRUDENCIA Y SENCILLEZ

Sin duda, las virtudes de la prudencia y la sencillez se perfeccionan mutuamente. Hemos de ser prudentes, es decir cautos para no dejarnos engañar por el mal, para reconocer a los lobos disfrazados de corderos, para distinguir a los falsos de los verdaderos profetas. Hemos, además, de ser sencillos, porque sólo quien es así puede ganarse el corazón de todos. Sin sencillez, la prudencia se convertirá fácilmente en astucia. Estas dos virtudes se fortalecen y complementan.

La sencillez supone rectitud de intención, firmeza y coherencia en la conducta. La prudencia señala en cada ocasión los medios más adecuados para cumplir nuestro fin. San Agustín enseña que la prudencia “es el amor que discierne lo que ayuda a ir a Dios de aquello que lo entorpece”.

Esta virtud nos permite conocer con objetividad la realidad de las cosas, según el fin último: juzgar acertadamente sobre el camino a seguir, y actuar en consecuencia. Prudente no es – como frecuentemente se cree – el que sabe arreglárselas en la vida y, sacar de ella el máximo provecho, sino quien acierta a edificar la vida entera según la voz de la conciencia recta y según las exigencias de la moral justa.

De este modo la prudencia viene a ser la clave para que cada uno realice la tarea fundamental que ha recibido de Dios. Esta tarea es la perfección del hombre mismo, la santidad.

Para ser prudentes es necesario tener luz en el entendimiento; así podremos juzgar con rectitud los hechos y las circunstancias. ¿Cuántas veces no hemos juzgado precipitadamente a nuestro semejante por falta de prudencia? y, ¿cuántas veces no hemos hablado mal de alguien sin pruebas, por el simple hecho de transportar chismes malévolos y sin fundamentos? La prudencia y la sencillez nos lo impedirían ciertamente.

El primer paso de la prudencia es el reconocimiento de la propia limitación: la virtud de la humildad. Admitir, en determinadas cuestiones, que no llegamos a todo, que no podemos abarcar, en tantos casos, circunstancias que es preciso no perder de vista a la hora de enjuiciar.

La sencillez nos mueve a rectificar cuando nos hemos equivocado, cuando aparecen datos nuevos que cambian el planteamiento y la solución de un problema. En la vida sobrenatural, la sencillez, tan cercana a la humildad, nos lleva a pedir perdón muchas veces en nuestra vida, pues son muchas las flaquezas y los errores que cometemos.

Con la prudencia y la sencillez bien estructuradas en nuestra vida interior, nuestro comportamiento y nuestra actitud firmes de cristianos, quedarán translucidos de caridad y de humildad.

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