Es
increíble como la vida nos ofrece, sin buscarlas, sorpresas maravillosas.
Aquella máxima popular de que “ Para morir, basta estar vivo”, es muy sabia,
pero quisiera agregar mi propio refrán : “Para ser sorprendido inesperadamente,
basta estar vivo”, y explico el porqué. En primer lugar, solo viviendo podemos
tener la oportunidad de “vivir” emociones, alegrías, tristezas, desánimos,
gratos momentos, amarguras, sonrisas, días soleados y tibios, noches frías y
cielo nublado, nubarrones y tempestades, ganancias y pérdidas. Con toda esta
ristra de elementos que rodean la existencia humana, estar vivo es un milagro.
Confieso
que no temo a la muerte ni al sufrimiento pues los acepté en mi subconsciente
como parte de la vida y contra el cual no podemos hacer nada. Pero, los
pequeños “milagros” que la vida nos ofrece día tras día, entonces, vale la pena
saborearlos.
Aun cuando,
a veces, siento que me invade una aridez – que también forma parte de la
existencia humana - no dejo de observar
un amanecer invernal, una llamada telefónica que me provoca sonrisas de
felicidad, o simplemente correr contra el viento fresco en una mañana soleada
de primavera, o sentir la lluvia matutina sobre el rostro, bendiciendo un día
más en este peregrinaje extraño y misterioso, secreto y algo místico que es la
voluntad de vivir. Este auto-reconocimiento es la mejor forma de honrar la vida
y, como consecuencia, honrar a Dios que la crió por su inmensa bondad.
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