Por las
mañanas, bien temprano, la ciudad se despierta lenta y perezosa, aun sabiendo
que es lunes y que la semana se presenta llena de febril actividad. La claridad
emerge por entre los edificios ensombrecidos aun por las tinieblas nocturnas de
la soledad y del cansancio. En medio de las nubes amarillas y de color naranja,
una luz se mueve; quizá sea un aeroplano volando hacia el infinito.
Observo la
ciudad que se despereza en medio del incipiente ruido del tráfico. ¡Cómo me encantan
estas horas entumecidas del amanecer! El albor de un nuevo día con sus
esperanzas y sus sueños, sus proyectos y desafíos, su futuro incierto.
Y yo
observo a través de la ventana como un mero espectador de esa realidad
cotidiana, como mero personaje de más un acto de la vida urbana.
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