Alguna vez,
alguien me preguntó que cuál era la virtud que más deseaba adquirir, si tuviera
que pedir a Dios. En aquel instante, yo no supe responder, pues eran varias las
que deseaba: fe, esperanza, caridad, benignidad, paciencia, magnanimidad, entre
otros. Casi respondí PACIENCIA, ya que siempre tuve una relación muy fuerte con
esa virtud. Pero, días después, sin querer, cayó en mis manos un libro sobre
virtudes. Tan pronto como leí la explicación de la SABIDURÍA, aquello me
arrebató con tal fuerza que la elegí como la virtud que más apreciaba y
deseaba.
La
definición de SABIDURÍA era la siguiente : “La
sabiduría es un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, móvil,
penetrante, inmaculado, lúcido, invulnerable, bondadoso, agudo, incoercible, benéfico,
amigo del hombre, firme, seguro, sereno, todopoderoso, todo vigilante, que
penetra todos los espíritus inteligentes, puros, sutilísimos. La sabiduría es
más móvil que cualquier movimiento, y, en virtud de su pureza, lo atraviesa y
lo penetra todo; porque es efluvio del poder divino, emanación purísima de la
gloria del Omnipotente; por eso, nada inmundo se le pega. Es reflejo de la luz
eterna, espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad. Siendo una
sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando en
las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas;
pues Dios ama sólo a quien convive con la sabiduría. Es más bella que el sol y
que todas las constelaciones; comparada a la luz del día, sale ganando, pues a
éste le releva la noche, mientras que a la sabiduría no le puede el mal.
Alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto.”
Entonces,
entendí porque el Rey Salomón la había pedido al Señor.
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