Nubarrones en el horizonte presagian grandes lluvias. Es el estío que está iniciándose en medio del ajetreo de inicios de diciembre.
El pasado domingo ha empezado el adviento. Nadie en las calles parece darse cuenta de este tiempo de preparación espiritual que anteceden a las Navidades.
Y es que, como todos los años, las decoraciones navideñas nos invitan al consumo excesivo, alejándonos cada vez más del verdadero espíritu natalino.
Si el adviento es como caminar de noche y arrastrar los pies durante kilómetros, alargando ávidamente la vista hacia una luz en la lejanía que representa de alguna forma el hogar; entonces, que esa luz enderece mi camino hacia lo que realmente importa.
Ya llegan las navidades, otras navidades más para la larga lista de experiencias de mi vida; y llega otro verano más. Verano de lluvias torrenciales que derraman un oleaje de esperanzas y misterios. Que las lluvias de verano, impetuosas y poderosas, puedan arrastrar de mi vida todo aquello que perturba mi crecimiento humano. Por cierto, se llevarías mis dudas y preocupaciones, mi egoísmo y mi necedad, mis inseguridades y temores, mis innúmeras faltas y fragilidades. Talvez sobre más aprendizaje de la humildad, la fraternidad y la caridad. Podría hallar en la cátedra de Belén, el extraordinario ejemplo de un Dios que se rebajó a la condición humana por amor a los hombres. Sería bueno “aprehender” estas lecciones. Nunca es tarde para ello.
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