sexta-feira, 9 de março de 2012

SIGLO XXI: POLÍTICAMENTE CORRECTO

Ya estamos en la segunda década del nuevo siglo XXI, un siglo que, sin darnos cuenta, nos sorprende con avances tecnológicos, los acontecimientos se suceden invariablemente de forma rápida, diría de forma “supersónica”, a la velocidad del sonido, y tratar de estar al día con todos los modismos, los elementos del día a día que forman lo contemporáneo es, por así decir, una tarea hercúlea y muchas veces estresante.
Entre los modismos que surgieron en este siglo en que vivimos y existimos, está un término nuevo: “políticamente correcto”. Al principio, no me gustaban esas dos palabras porque, creía yo, traían invariablemente algo de falso y rotundamente exagerado. Después, comprendí que lo “políticamente correcto” es una suerte de avance en la mentalidad, actitud y comportamiento humano.
Es sabido que el término engloba muchos elementos, desde los más nimios a los más complejos pero, quizá en donde alcance su relevancia sea en el campo del prejuicio.
No existe algo más injusto y denigrante en el comportamiento humano que el prejuicio. Prejuzgar a los demás implica enfrentar uno de los sentimientos más fuertes del hombre: el miedo. El miedo a lo desconocido genera el prejuicio más voraz y más destructivo. A él se le añade otro elemento igualmente nocivo: el de la ignorancia. Miedo e ignorancia, parecen estar entrelazados cuando se trata del concepto de PREJUICIO.
Lo políticamente correcto entra, justamente para enfrentar el prejuicio social en el comportamiento del hombre como parte integrante de una sociedad. Su fundamento, dicen, está en que el prejuicio ( de cualquier índole) sea racial, religioso, sexual, de género, etc., no está de moda y es mal visto por la mayoría de los miembros de la sociedad en que vivimos.
Por supuesto me hubiera gustado que el prejuicio no existiera a raíz del esfuerzo moral del hombre y de sus virtudes, pues, al considerarse igual a sus congéneres, el hombre debería eliminar el miedo a conocer primero y juzgar después a las personas de su entorno social. Entonces, como consecuencia de una conducta moral (y religiosa), el hombre debería erradicar todo tipo de prejuicio, dado que la caridad – virtud excelsa del cristiano – impediría cualquier obstáculo al acercamiento con el prójimo. Las virtudes traerían como consecuencia una mayor entrega, un compartir más genuino, un amor hacia el semejante capaz de pasar por cualquier barrera cultural, religiosa o racial. Pero no es así. El prejuicio es producto de una sociedad primitiva que se opone a cualquier fundamento humanitario e cristiano. Ahí entra a actuar lo políticamente correcto.
Hoy ya no es bien visto el hombre que no respeta a su prójimo, que tiene actitudes violentas y prejuiciosas, que no siente el mínimo respeto por la naturaleza ni por todos los seres vivientes como animales y plantas.
Hoy es políticamente correcto no fumar en ambientes cerrados, limitar comentarios despectivos que pueden contener elementos prejuiciosos, y mucho más.
Sí es políticamente correcto el hombre que lucha por los derechos de cualquier tipo de minoría, si cultiva una mentalidad ecológica, si ama el deporte y busca respirar aire puro evitando el uso excesivo del transporte automotor, si ama a los animales de cualquier especie que sea y si, además, participa en su entorno para mejorar la calidad de vida, suya y de sus iguales, entonces soy políticamente correcto. Si este siglo ha demostrado que, esas virtudes deben – por medio de una abstracción filosófica- formar parte de nuestra vida, entonces me adhiero a ella de cuerpo y alma.
El hombre que se considera hijo de Dios y parte de la creación, debe considerarse parte integrante de la propia naturaleza y, sería una violencia contra sí mismo y contra sus semejantes, buscar herirla.

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