LA CUESTIÓN DE DIOS
Hay una cuestión que, constantemente nos obliga a pensar y meditar sobre ella. Es una cuestión de fe: la cuestión de Dios.
San Agustín decía que Dios está dentro de nosotros, en el fondo de nuestra existencia, en las profundidades de nuestro interior y, es allí donde debemos buscarlo. Siendo el hombre parte indivisible de la creación, siendo producto de la creación de Dios, entonces hay un “qué” divino en la esencia del hombre. Esa esencia que muchos llaman “alma”, “espíritu” y tantas otras denominaciones.
¿Cuándo, entonces, nos damos cuenta de la existencia de Dios? Es una buena pregunta. Yo creo, simplemente que, cuando nos dirigimos hacia nosotros mismos, ya sea en medio de dificultades, de situaciones difíciles que nos obligan a tener una actitud más meditativa sobre nuestra propia vida, ahí surge, invariablemente, la búsqueda por algo sobrenatural, por una fuerza superior e indiscutible, por algo que está “ más allá de nosotros mismos”, la búsqueda por Dios.
Y si lo buscamos con los ojos de la fe, sin duda alguna, ÉL se manifestará, porque Dios está siempre dispuesto a hacerse encontrar cuando lo buscamos. Pero ÉL también respeta nuestro libre arbitrio. Si no lo necesitamos, ciertamente, ÉL no se manifestará.
Muchas veces queremos buscar esa fuerza divina fuera de nosotros. Eso es lo más común al ser humano. Creemos, entonces que Dios habita en las nubes de nuestra imaginación, en las columnas magníficas de los templos (por cierto, construidos con maestría por el hombre), en algún lugar especial que sólo tienen acceso los iniciados y los santos. Pero ahí está la gran equivocación. Dios está dentro de nosotros, ÉL habita en nuestra alma inmortal, creada por ÉL desde la eternidad. Está en la naturaleza, parte de la creación, en todos los seres vivos, en la belleza de las cosas buenas de la tierra, en el aire, en el infinito, en el tiempo, en el espacio, en todas las situaciones que nos toca vivir.
Si llegamos a tener esa “consciencia” de dónde habita Dios, entonces, ciertamente lo encontraremos a cada momento, en cada respiración, en cada sonrisa, en cada llanto, en cada alegría de vivir. Allí está Dios, y allí estamos nosotros con nuestra alma inmortal, manifestando, con nuestro existir, la propia existencia del Creador.
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