terça-feira, 16 de novembro de 2010
LA LLUVIA
La mañana está lluviosa. La lluvia cae sobre el negro asfalto que refleja el duro tránsito de la ciudad sumergida en el blanco tul ceniciento del tiempo inclemente.
La ciudad no se detiene. Pesada y silenciosa se zambulle en el torbellino del nuevo día que se inicia.
Estoy sentado, observando la lluvia. Estoy rodeado de gente, frente a una avenida inmersa en un caleidoscopio de luz, color y estímulos. Estoy solo, como si nadie estuviera al mi alrededor. Observo la lluvia. No sé qué me ocurre nada, sólo observo. Por un momento, solo soy un ser humano más en el paisaje. No sé qué decir ni qué pensar. Por un momento, dejo de lado mi corazón, el centro de mi inspiración y salgo de mi órbita para sumergirme en e mundo de mis pensamientos y de mi inconsciencia. Allí encuentro solaz y reúno las fuerzas necesarias para el nuevo combate. No estoy ausente. Sólo salí a dar un paseo mental y profundo; un viaje obligatorio hacia mí mismo. Un viaje vital.
Mientras, la lluvia sigue cayendo intermitente. Ella todo lo ocupa, todo lo tranquiliza, todo lo refresca, todo lo refleja.
Vuelvo a mi órbita con cuidado de no mojarme mucho.
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