Me llamó la atención – a veces discurro y medito sobre el evangelio – las palabras de San Mateo en la Misa dominical de ayer: “No andéis agobiados por el día de mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. Le basta ya a cada día su preocupación”.”
El ayer ya pasó, el mañana no sabemos si llegará para cada uno de nosotros, pues a nadie se le ha entregado su porvenir. De la jornada de ayer, sólo han quedado motivos – muchos - de acción de gracias por las innumerables beneficios y ayudas de Dios, y también de quienes conviven con nosotros.
Mañana, “todavía no es” y, si llega, será el día más bello que nunca pudimos soñar, porque lo ha preparado nuestro Padre Dios para que nos santifiquemos.
Lo que importa es el hoy. Es el que tenemos para amar y santificarnos, a través de esos mil pequeños acontecimientos que constituyen el entramado de un día.
A veces me pongo a pensar cuán preocupado solemos – suelo yo- estar por situaciones que no salen como queríamos. Alguien dijo una vez que hay que “ocuparse”, no “preocuparse” por las cosas de la vida. Muchas veces ponemos todo el empeño para solucionar los problemas y desafíos de cada día, otras veces, la propia vida – una fuerza más allá de nuestra voluntad- se mueve en una dirección u otra para que puedan verse los cambios. Esta es la fuerza de Dios. Si tenemos fe suficiente, nos abandonaremos en la voluntad del Señor y asiremos sus manos. Con su ayuda, ciertamente, nos sorprenderá cómo conseguiremos todo lo que deseamos y merecemos.
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