sábado, 21 de abril de 2012

ESCRIBIR

Cuando escribo, exprimo de mi subconsciencia todo un frenesí de vivencias basadas en mis experiencias más nítidas, mis emociones más profundas y mis afectos más secretos. Escribir es más que un arte, es transmitir a través de las palabras un mundo de sensaciones revestidas de pensamientos. Pensar es el ejercicio más intelectual que conozco. Aun cuando los pensamientos parecen no significar algo profundo, a veces de ellos surgen inspiraciones transcendentales que acaban siendo una invitación inefable al maravilloso mundo de la imaginación. A través de las palabras, puedo expresar lo que se origina en mi psiques: las inspiraciones más excelsas, el fragor de las frases contundentes. Escribir es, además un ejercicio de inspiración y respiración. Me mantiene vivo pues inspiro todo lo que veo y todo lo que me impresiona y expiro nuevos pensamientos. No tengo la intención de que “tales pensamientos” modifiquen la vida de quienes las leen; mi intención es que mi propio pensamiento me modifique hasta el fondo mismo de mi propia vida y de mi propia esencia. Cuando la aridez toma cuenta de mi vida, existe una especie de sopor, tibieza y un profundo hastío. Es la muerte del pensamiento. Generalmente esos lapsos no tienen larga duración, son más bien breves y efímeros. Cuando pasan, entonces la flor de las ideas florece en la primavera de mi alegría; la inspiración aflora, el viento se suaviza y la vida es placentera. No podría vivir feliz sin escribir. Me atrevo a prestar un pensamiento de Clarice Lispector sobre el particular : “Mientras más formulo preguntas y no obtengo respuestas, continuaré escribiendo”. Es así como construyo otro pensamiento vital: “Escribir es el motor que impulsa mi vida”.

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