domingo, 29 de abril de 2012

UNA MIRADA DE FE


Una de las facultades de la inteligencia, sin duda alguna es la imaginación. Ella no sólo es útil y necesaria, sino también indispensable para nuestra transformación interior que es, ante todo, obra de la gracia en el alma y que requiere sobre todo mortificación de la imaginación y de los recuerdos.

Dicen que la imaginación que no es controlada, que es suelta y que se regodea en fantasía y falsos propósitos es “la loca de la casa”. Imaginaos si dejamos a alguien desquiciado controlando nuestra casa. Los estragos, ciertamente serán notorios. Lo mismo ocurre con la imaginación cuando no ejercemos ningún control sobre ella. La importancia de la imaginación estriba justamente en que el alma, unida al cuerpo, no puede pensar en imágenes. El propio Señor había utilizado en imágenes sus enseñanzas. Las parábolas de Jesús expresaban las verdades más profundas. Por tanto, las imágenes y la imaginación van unidas en el camino para la profundidad espiritual y servir a la inteligencia iluminada por la fe.

Dejar suelta la imaginación supone, en primer lugar, perder el tiempo que es un don de Dios  y parte del patrimonio que Él nos ha dado.

Cuando no hay mortificación interior, los sueños de la imaginación giran frecuentemente alrededor de los propios talentos, de lo bien que se ha quedado en una determinada ocasión, en la admiración – a veces irreal – que se despierta ante unas determinadas personas o en el propio ambiente. Y así lo que comenzó siendo un pensamiento inútil, va desvirtuándose y, con la soberbia siempre al acecho, toma cuenta de él y el orgullo personal entra en acción. El horizonte del soberbio es un horizonte sin Dios, en él no existe la caridad, sólo las cuestiones personales que son agrandadas y así, la imaginación se convierte en ocasión de pecado.

Frecuentemente si no estamos atentos para cortar los pensamientos inútiles y ofrecerlos al Señor como mortificación, la imaginación rodará alrededor de uno mismo, creando situaciones ficticias poco o nada compatibles con la vocación de Hijos de Dios, que ha de tener su corazón puesto en Él. Estos pensamientos enfrían el corazón, alejan de Dios, y luego se hace más costoso el diálogo íntimo con el Creador.

La mortificación de la imaginación, ayuda y mucho, en  el permanente estado de unión con la misericordia de Dios.

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