Una de las
facultades de la inteligencia, sin duda alguna es la imaginación. Ella no sólo
es útil y necesaria, sino también indispensable para nuestra transformación
interior que es, ante todo, obra de la gracia en el alma y que requiere sobre
todo mortificación de la imaginación y de los recuerdos.
Dicen que
la imaginación que no es controlada, que es suelta y que se regodea en fantasía
y falsos propósitos es “la loca de la casa”. Imaginaos si dejamos a alguien
desquiciado controlando nuestra casa. Los estragos, ciertamente serán notorios.
Lo mismo ocurre con la imaginación cuando no ejercemos ningún control sobre
ella. La importancia de la imaginación estriba justamente en que el alma, unida
al cuerpo, no puede pensar en imágenes. El propio Señor había utilizado en
imágenes sus enseñanzas. Las parábolas de Jesús expresaban las verdades más
profundas. Por tanto, las imágenes y la imaginación van unidas en el camino
para la profundidad espiritual y servir a la inteligencia iluminada por la fe.
Dejar
suelta la imaginación supone, en primer lugar, perder el tiempo que es un don
de Dios y parte del patrimonio que Él
nos ha dado.
Cuando no
hay mortificación interior, los sueños de la imaginación giran frecuentemente
alrededor de los propios talentos, de lo bien que se ha quedado en una
determinada ocasión, en la admiración – a veces irreal – que se despierta ante
unas determinadas personas o en el propio ambiente. Y así lo que comenzó siendo
un pensamiento inútil, va desvirtuándose y, con la soberbia siempre al acecho,
toma cuenta de él y el orgullo personal entra en acción. El horizonte del
soberbio es un horizonte sin Dios, en él no existe la caridad, sólo las
cuestiones personales que son agrandadas y así, la imaginación se convierte en
ocasión de pecado.
Frecuentemente
si no estamos atentos para cortar los pensamientos inútiles y ofrecerlos al
Señor como mortificación, la imaginación rodará alrededor de uno mismo, creando
situaciones ficticias poco o nada compatibles con la vocación de Hijos de Dios,
que ha de tener su corazón puesto en Él. Estos pensamientos enfrían el corazón,
alejan de Dios, y luego se hace más costoso el diálogo íntimo con el Creador.
La
mortificación de la imaginación, ayuda y mucho, en el permanente estado de unión con la
misericordia de Dios.
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