MELODÍAS DEL PASADO
Alexis vio
el viejo piano arropado por una densa sábana blanca que lo protegía del tiempo
y del polvo. El tiempo transcurría deprisa a juzgar por la imagen que ofrecía.
El polvo acumulado en la sábana mostraba, a ojos vistas, un panorama
melancólico y desolador.
Alezey se
acercó al viejo instrumento y en un santiamén, lo descubrió. Lo abrió y empezó
a tocar una vieja melodía de Tchaikovsky, su compositor favorito.
Como en un
milagro, las imágenes del pasado volvieron como espectros e invadieron el
presente con una carga emocional increíble. Por un momento, recordó nítidamente
el célebre concierto que el propio Tchaikovsky había ofrecido en su homenaje,
en aquel célebre año de 1887 cuando cumplió treinta años. Entre los numerosos invitados, la portentosa
presencia de Alex dominaba el ambiente. Alex vestía un elegante traje azul
oscuro, barba perfecta, ojos imperiales y una sonrisa de satisfacción como si
fuera el hombre más feliz del mundo. Esa sonrisa lo había contagiado – recordó Alexis
– y pensó que el tiempo se congelaría y que esa sensación debía ser guardada en
los cofres secretos de su corazón.
Recordó
además, las manos blancas y suaves del maestro. Pese a su mirada triste y su
estado de casi agotamiento mental, Piotr Ilitch Tchaikovsky había aceptado
complacido ofrecer aquel concierto privado para celebrar el cumpleaños de su
gran amigo y mecenas, el Príncipe Alexis
Golitsyn.
No existía
en suelo ruso, admiradores más frenéticos y poderosos que Su Majestad el
Emperador y el Príncipe Golitsyn. Alejandro III era un monarca poderoso y
absoluto que con mano de hierro, gobernaba el Imperio Ruso hacía seis años.
Pero, por debajo de esa dura coraza de poder, amaba la música nacional y amaba
la obra de Tchaikovsky por expresar, con absoluta sencillez, los valores más
sublimes del alma rusa.
Para Alexis,
sin embargo, la música del maestro ruso le proporcionaba la mayor satisfacción
a su alma romántica.
Todo eso
ahora era pasado; y un pasado lejano de casi treinta años. Tchaikovsky se había
ido pero había dejado su obra monumental; Alex también había desaparecido, pero
había dejado en su alma el recuerdo más hermoso de una amistad imperecedera.
Alexis
cerró el viejo piano y al cubrirlo con la sábana casi amarilla del tiempo, se
dirigió cabizbajo hacia la puerta donde le esperaba un nuevo futuro. Un futuro
desconocido, tal vez algo amenazador, pero se cubrió de valor y avanzó hacia él
con garbo y coraje; dos rasgos de su personalidad que nunca le habían abandonado.
Nenhum comentário:
Postar um comentário