Me
sorprendió la lluvia tenue y algo perezosa, en una noche de noviembre en la
avenida Paulista. Pero no fue sólo la lluvia que me llamó la atención. De
repente me vi en medio de una manifestación juvenil en plena noche de viernes, con
ruidos, bullicio, pancartas y rostros juveniles pintados de indios que
protestaban contra la expulsión de la tribu Guaraní-Kaiowá en las lejanas
tierras de Mato Grosso. Entonces, recordé que se trataba de jóvenes idealistas
que manifestaban su disconformidad y su oposición a ese estado de cosas,
siempre tan sensible en que los problemas sociales y políticos se mezclan en
forma impresionante.
Recordé
también que era maravilloso ser joven, pues la juventud trae consigo el
equipaje de idealismo, de falta de temor, de impulsividad, de emotividad, de
pasión, etc; elementos esos que hacen
que la vida valga la pena ser vivida. Pensé en una frase que escuché de una
famosa cantante brasileña, Nana Caymmi, que decía: “echo de menos amar, echo de
menos tener pasión”; pues una vida sin pasión y sin ilusiones, sin sueños y sin
ideales, es una vida muerta. Esa manifestación me recordó que uno nunca debe
cejar, un milímetro siquiera, en su afán de perseguir sueños, de jamás temer a
los desafíos, pues la vida es un desafío constante.
Me
sorprendió la lluvia de noviembre en una noche de viernes, bajo las luces (ya
de los adornos navideños) de la gran avenida y, me vi frente a frente con mi
juventud, con mis sueños y con esa indescriptible sensación de que la lucha
continua. El fragor de la vida continua y la búsqueda por mis sueños y
realizaciones, están cada vez más fortalecidos. ¡Gracias a Dios!
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