Empieza un
nuevo tiempo de meditación, una nueva cuaresma en nuestras vidas. Es también un
tiempo en que, a través de nuestra comunicación intrínseca con Dios, podemos
pensar sobre nuestra vulnerabilidad y nuestra inmortalidad.
Es tiempo
de preparación. Preparación del espíritu para la gran fiesta de la Pascua de
Cristo, que una vez más llegará en nuestra vida con su caudal de gracias y
bendiciones imperecederas.
En este
tiempo, recordamos que estamos sólo de viaje en este mundo. Somos viajeros del
tiempo y por ende, debemos tener conciencia de que, nuestro paso por la tierra
es limitado y temporal. Lo que nos espera, es la eternidad y eso es lo único
que debe importarnos realmente.
Recordamos
también que somos “polvo y en polvo nos convertiremos”, lo único que debemos
anidar en el corazón es el amor; un amor incondicional al Señor y por ende, a
todos nuestros semejantes.
El amor es
lo único que sobrepasa nuestra mortalidad y nos hace inmortales. El amor es la
bendición más grande que podemos alcanzar si lo sentimos realmente. A través de
él, somos imagen y semejanza de Dios que nos creó porque realmente nos ama y
porque somos sus criaturas más excelsas.
Cuaresma es
también tiempo de perdón y de penitencia. Tiempo de oración y mortificación.
Tiempo de meditar sobre los profundos valores que tenemos y los que queremos
alcanzar para ser mejores cristianos.
Que el
Señor nos dé en este tiempo, la fuerza necesaria para cambiar lo que
necesitamos cambiar, para dejar de lado, como vestimenta ajada, todo aquello
que estorba, que no sirve, que nos limita, que impide nuestra elevación
espiritual. Que nos libre del estado de tibieza espiritual, tan nociva a
nuestra alma de hijos de Dios.
Tiempo de
continuar por este largo sendero de esperas y esperanzas. Al final, si tenemos
fe, triunfaremos en Cristo.
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