Son casi
las ocho de la mañana, y el día parece diferente inaugurando el horario convencional,
también llamado de horario invierno. Los rayos del sol de estío de este febrero
bendecido, esparcían su luz vital entre las hojas de los árboles del parque
Trianón.
Afuera, la cacofonía
del tráfico urbano parece desvanecerse ante este ambiente de solaz y tranquilidad.
La mañana
se desliza suave. Es un lunes de febrero. Los Carnavales ya son historia, ahora
es tempo ordinario de trabajo y proyectos.
Todo tempo tiene
sus virtudes, sus incertidumbres y sus bemoles. Tiempo no especial no es tiempo
abrumado por el tedio, es un tiempo de posibilidades porque el hombre es un “haz”
de posibilidades. La vida transcurre, ora plácida ora tumultuada en medio de
planes y desvelos, de esperanzas y emociones, de amores y esperas.
Sentado
sólo por cinco minutos en el banco del parque, antes de empezar la jornada de
mi vida, disfruto de ella contemplando el sol, los árboles, los transeúntes
silenciosos, el respirar de la vegetación abrumadoramente tropical.
Sentado en
un banco, puedo contemplar por un lapso el paso de la vida, y “respirar y soñar”,
virtudes de quien sabe que la existencia es un milagro y debe ser vivida con
garbo.
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