Hoy empieza otro año más y estoy aprendiendo a vivir en medio de este báratro de sombras donde alocado el viento brega, que es mi existencia.
El cielo está nublado y todo está en silencio. Ese silencio que me obliga a meditar sobre las profundidades del alma. Hoy es primero de enero y hay un silencio que grita dentro de mí, mientras escucho, a lo lejos, una composición musical en órgano, tocando obras de Amaral Vieira.
A mi lado, un libro de Clarice : “A Paixão segundo G.H.” regalo de navidad de una amiga entrañable y al abrir las primeras hojas, me deparo con un prefacio un tanto singular – como fue la vida de la compleja escritora brasileña – : “Este libro es un libro cualquiera, pero yo me quedaría más complacida si fuera leído apenas por aquellas personas de alma formada”.
Me detuve a pensar si yo tengo el alma formada, y si no la tengo, Dios mío, ¡cuánto tiempo me falta para ello!.
Siento, como hoy en medio de este silencio de un nuevo año, el deseo increíble de encontrar lo que resta del hombre cuando el lenguaje se agota. Esto es lo que mueve mi alma, aunque yo no lo quiera.
En medio del silencio y de las lejanas notas del órgano, mientras contemplo a la ciudad sumida en medio de una tibia llovizna de enero, siento en mi corazón un cierto temblor de aprehensión y ansiedad ante lo desconocido del futuro. Dicen que eso es normal en el hombre, lo anormal es que tengas a cada momento la conciencia de que te está sucediendo.
De todos modos, estoy aprendiendo a vivir con esta vida que tengo y en este tiempo que tengo. Ojalá mi tiempo no sea breve para las cosas que aún pretendo hacer y no sea tan largo para aquellas que uno puede prescindir a su paso por la vida.
Feliz año para todos.
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