Al parecer, las cartas manuscritas están desapareciendo. Y es una pena puesto que ellas transmiten, además del mensaje, la letra del que la envía.
No es mi intención hacer apología de la carta. Pero quienes leen este texto coincidirán conmigo que las cartas son mucho más especiales.
El abrir el sobre, a veces con ansiedad y excitación y otras con miedo, nos proporciona una emotividad inenarrable.
Con la letra del remitente, podíamos llegar hasta las honduras de su alma. Las cartas manuscritas proporcionan deleite en quien las lee porque, quien las escribió se dedicó a pensar, analizar y transmitir todo lo que sentía.
Las cartas trasmiten con mayor intensidad el amor, el odio, el miedo, la desazón de la gente.
Hoy, ellas están siendo sustituidas por los correos electrónicos. A ojos vistas, los “emails” son más rápidos y prácticos. No necesitamos más ir al correo, ni escribir “ a mano” como antes. El pensamiento corre veloz y parejo al teclado del ordenador. Pero el lenguaje y el propio pensamiento pierden un poco de su esencia en los correos electrónicos.
Sin embargo, hoy he recibido uno, de una entrañable amiga que había comentado un texto que escribí sobre la fiesta de la Asunción. Ella me dijo que le había gustado en demasía, que se había quedado impresionada y comentó lo siguiente :
“El otro día me decías gracias porque me haces sentir completo en tu compañía. Y de verdad te digo que la agradecida soy yo porque Cristo eligió mi rostro y mi persona para que te sintieras amado. Es una gracia grande que se nos concedió a los dos para que nos hagamos compañía hacia el destino”
Para contestar este mensaje tan genuino, tan veraz y maravillosamente emotivo, aún no tengo palabras. Debo analizarlo con el corazón.
Cuado las palabras no vienen a mi mente, es porque estoy embargado de emoción. Entonces, querida amiga Gloria María, sólo el valor de nuestra amistad puede hacer eco de lo que siente en el corazón.
Eso es amistad verdadera!
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