sexta-feira, 13 de agosto de 2010
EN LA FIESTA DE LA ASUNCIÓN
Una de mis advocaciones preferidas sobre la Santísima Virgen María, es la de la fiesta que se acerca : la Asunción de María al cielo en cuerpo y alma.
El amor a Nuestra Señora es para los cristianos católicos, uno de los pilares fundamentales de la fe. A través de su “fiat” (sí), María se convirtió en corredentora de la humanidad.
El amor maternal de la Virgen hacia Jesús, y por ende hacia todos los hombres, hace posible que la “llamen bienaventurada todas las generaciones porque hizo en ella cosas grandes el que es poderoso y cuyo nombre es santo”. (Lo decía ella misma en el canto del Magnificat).
La virgen entra en cuerpo y alma en el cielo al terminar su vida entre nosotros. Y llega para ser coronada como Reina del Universo, por ser Madre de Dios. Con su divino poder, Dios asistió la integridad del cuerpo de María y no permitió en él la más pequeña alteración, manteniendo una perfecta unidad y completa armonía del mismo.
“La Trinidad beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios – y es tanta la majestad de la Señora que hace preguntar a los Ángeles : Quién es Ésta?”. Nosotros nos alegramos con los ángeles, llenos también de admiración y la felicitamos en su fiesta. Nos sentimos orgullosos de ser hijos de tan gran Señora.
La Asunción de María es un preciso anticipo de nuestra resurrección y se funda en la resurrección de Cristo, que reformará nuestro cuerpo corruptible conformándolo a su cuerpo glorioso.
“Assumpta est Maria in coelum, gaudent Angeli! Et gaudet Ecclesia!”
Para nosotros, la solemnidad de hoy es como una continuación de la Pascua, de la Resurrección y de la Ascensión del Señor. Y es, al mismo tiempo, el signo y la fuente de la esperanza de la vida eterna y de la futura resurrección.
La fiesta de la Asunción es una fiesta de alegría y así debemos sentirnos todos, felices y alegres. El Papa Juan Pablo II, de honrosa memoria, dijo una vez a un grupo de jóvenes: “ Si alguna vez estuvierais tristes, acudid a María. Porque ella es la estrella de la mañana y la causa de nuestra alegría. Con ella de la mano, nunca os sentiréis tristes, porque sólo ella conoce el verdadero camino que conduce a su divino hijo”.
Sintiéndonos alegres en esta tan magna fiesta, le pedidos a nuestra Madre, desde el fondo de nuestros corazones que nos alumbre el camino desde el cielo. Ella nos precede y nos señalará el sendero.
Termino esta reflexión, recordando una inocente y vieja canción de mi infancia que decía:
“Junto a ti, María
Como un niño quiero estar
Tómame mis brazos, guíame en mi caminar
Quiero que me eduques, que me enseñes a rezar
Hazme transparente, lléname de paz”
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