“Bendito sea el dulce nombre de María,
Virgen y Madre y Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción”.
Así se
refiere la liturgia católica a la Excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Madre, ese es el título más importante de María, pues ella es TOTA PULCHRA (Toda Limpia), concebida
sin mancha de pecado alguno que abrigó en su seno al Hijo de Dios y, por ende,
es Madre del género humano.
La fiesta
de la Inmaculada Concepción, es como una estrella que brilla en las tinieblas,
donde el caminante que se dirige a Belén vislumbra en el cielo. Esta fiesta es
una muestra de la gran alegría para el mundo, el advenimiento del niño Dios.
Ya en las
Sagradas Escrituras, María, ella misma, al entonar el canto del Magnificat,
había dicho que “me llamarán
bienaventurada todas las generaciones porque ha hecho cosas grandes en mí, el
que es Todopoderoso y cuyo nombre es Santo”.
María es la
criatura más perfecta creada por Dios. El Señor la preservó del pecado desde su
concepción, pues no se puede creer que el hijo de Dios hubiera de ser
engendrado de un seno que fuera maculado por el pecado original.
Celebramos
con devoción, todos los cristianos que consideran a María como su Madre, la
Madre del amor hermoso, la Madre de Cristo y de la Iglesia.
De todas
las advocaciones a la Virgen, me agrada mucho la de ser “Estrella de la mañana” y “Causa de nuestra alegría”. Sin dudas con
María, llegamos mucho más fácil a Jesús y lo hacemos con alegría porque sólo
ella conoce el camino que conduce a su divino hijo.
Que la
Santísima Virgen hoy recordada y venerada en la fiesta de la Inmaculada
Concepción, esté siempre con nosotros y nos proteja con su infinito amor,
bondad y misericordia.
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