CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO: A LAS PUERTAS DEL MISTERIO DE LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR
En este
cuarto domingo de adviento, el tiempo litúrgico de preparación para la Navidad
llega a su recta final. Durante estos cuatro domingos, hemos meditado sobre la
contrición, el perdón, la alegría y la esperanza en la espera del Niño Dios.
Ahora, ya estamos en la colina de Belén, dispuestos a vislumbrar, como por un
gran misterio divino, el nacimiento de Jesús y con este magno acontecimiento,
la redención de la humanidad.
Hay algo
que conmueve cuando se medita sobre la magnitud de la bondad de Dios, que se
“redujo” a la condición humana por su inmenso amor hacia sus criaturas. En la
pequeña gruta de Belén, la humildad y la sencillez dieron la tónica para este
acontecimiento singular de toda la
humanidad.
Santa
María, maestra de la esperanza, aguarda silenciosa y meditativa el próximo nacimiento
de su hijo. Ella es esperanza nuestra pues en ella se centra toda nuestra fe.
Muy pronto, ella será la corredentora del género humano junto a su hijo; muy
pronto ella será la madre del Salvador, elegida por Dios por toda la eternidad
para ser también nuestra madre.
Y es en
este ambiente de alegría y esperanza que esperamos el advenimiento de tan
extraordinario acontecimiento. La vida misma es también una especie de adviento
un poco más largo, una espera de ese momento definitivo en el que nos encontraremos
por fin con el Señor para siempre. El cristiano sabe que este “adviento” ha de
vivirlo junto a la Virgen todos los días de su vida si quiere acertar con
seguridad en lo único verdaderamente importante de nuestra existencia:
encontrar a Cristo en esta vida, y después en la eternidad.
La
esperanza lleva al abandono en Dios y a poner todos los medios a nuestro
alcance, para una lucha ascética que nos impulsará a recomenzar muchas veces, a
ser constantes y pacientes en la
adversidad, a tener una visión más sobrenatural de la vida y de sus
acontecimientos.
Ninguna voz
nueva tendrá ningún atractivo para nosotros si no nos devuelve a la gruta de
Belén, para que allí podamos humillar nuestro orgullo, ensanchar nuestra
caridad y aumentar nuestro sentimiento de reverencia con la visión de una
pureza deslumbradora.
La navidad
ya está llegando, en Belén, en la espera de María y José y, muy pronto, el
misterio de nuestra redención se hará realidad con el nacimiento, una vez más,
de Jesús en nuestra vida y en nuestro corazón.
“Ven, Señor Jesús, no te tardes”.
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