MEDITACIÓN DE NAVIDAD
Durante la
Misa del Gallo en la Basílica de San Pedro, por cierto una de las Misas más solemnes
de la liturgia junto con la de la Pascua del Señor, se lee “LA CALENDA”, o sea,
el calendario de la humanidad en la que está inserido bien en el centro, el
nacimiento del Niño Dios, eje central de la Historia del mundo, el punto
inicial de nuestra existencia, de nuestra Redención y Salvación.
La lectura
de LA CALENDA describe los sucesos más importantes del mundo: la fundación de
Roma, el éxodo de los judíos de Egipto, la esclavitud en Babilonia, la
construcción del templo de Jerusalén y su destrucción, etc. Y al final, se lee
que, en la pequeña Belén de Judá, ha nacido el Redentor del mundo, el Dios
hecho hombre: Jesucristo, nuestro Señor y Rey del Universo.
A pesar de
la grandeza de este acontecimiento, hay dos elementos que lo rodean: la
humildad y la sencillez. Mientras el mundo continuaba su marcha, una estrella
brillaba con más intensidad sobre un pobre pesebre de la pequeña ciudad de
David. Allí, en medio del silencio de la noche, nos ha nacido Dios.
Pronto, el
coro de Ángeles entonarán el GLORIA A DIOS EN LOS CIELOS, los pastores serán
los primeros en recibir la noticia; luego los reyes magos, luego todo el mundo.
Pero, en
ese pequeño instante de la historia, pocos fueron testigos de que algo
grandioso había ocurrido. En Belén no quisieron recibir a Cristo. También hoy,
muchos no quieren recibirlo. Jesús, recién nacido, no habla; pero es la Palabra
eterna del Padre. Se ha dicho que el pesebre es una cátedra. Nosotros
deberíamos hoy “entender las lecciones que nos da Jesús ya desde Niño, desde que
está recién nacido, desde que sus ojos se abrieron a esta bendita tierra de los
hombres”.
Nace pobre
y nos enseña que la felicidad no se encuentra en la abundancia de bienes. Viene
al mundo sin ostentación alguna, y nos anima a ser humildes y a no estar
pendientes del aplauso de los hombres. Tal vez esa sea la principal enseñanza
de esta solemnidad: humildad y sencillez, como lo fue ÉL, al nacer del seno de la Santísima Virgen que
todo lo guardaba en silencio en su corazón inmaculado.
Con la
humildad, viene el desprendimiento, con el desprendimiento la caridad en el
corazón del hombre. Esta sencilla realidad debe ayudarnos para fortalecer el
espíritu de navidad.
Al
contemplar el pesebre, podemos anidar en nuestro corazón que, sólo con la
sencillez y con la humildad podremos recibirle dentro de nuestra vida, de
nuestra casa, de nuestro corazón. Sólo así podemos ser como los pastores que lo
vieron en la cueva, envuelto en pañales y lo adoraron.
Esa noche,
ellos son los primeros en saberlo. En cambio hoy lo saben millones de hombres
en todo el mundo. La luz de la noche de Belén ha llegado a muchos corazones, y,
sin embargo, al mismo tiempo, permanece en la oscuridad. A veces, incluso
parece que más intensa. Los que aquella noche le acogieron, encontraron una
gran alegría. La alegría brota de la luz. La oscuridad del mundo superada por
la luz del nacimiento de Dios.
Que esa
ALEGRIA penetre hondo en nuestra alma y que nunca desaparezca. Que nunca
dejemos que nos invada la tristeza, porque
hoy ha nacido nuestro Salvador. No puede haber lugar para la tristeza,
cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la
mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.
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