Emulando al
poeta español Antonio Machado quien brillantemente había escrito: “Caminante no
hay camino, se hace camino al andar”, me llamó la atención un artículo que leí
en un periódico sobre cómo ha cambiado la perspectiva de los viajes en nuestro
siglo.
Sin dudas,
el siglo XXI está marcado por una avalancha atractiva de modernos aplicativos
tecnológicos que facilitan – en parte – nuestra vida moderna y cotidiana. Pero,
me pregunto, hasta qué punto la tecnología está afectando nuestra propia vida y
nuestra rutina transformando nuestra realidad, aquella que nos rodea, en un
gran aparato virtual?
El artículo
periodístico era rico en detalles de cómo los viajeros actuales están
enfrentando aquella ilusión de antaño al preparar la partida y de cómo ella se
va desvaneciendo poco a poco a través de los aplicativos turísticos de
internet. Antes, el sólo proyectar y prepara un viaje ya era toda una aventura.
Nos preguntábamos, cómo será aquel paisaje, que tipo de gente encontraremos,
cómo es la cultura del lugar, cómo es el hotel en que nos hospedaremos, etc,
etc. Hoy con sólo teclear algún sitio, esa “ilusión” desaparece con
informaciones subjetivas que hacen que la expectativa, madre de los deseos,
desaparezca provocando una especie de aburrimiento. Sólo nos interesa llegar,
no el viaje en sí, sino el destino final.
Queremos
llegar rápido, ya no miramos a los lados. Sea en avión, barco o transporte
terrestre, ya no contemplamos las nubes, el horizonte de un mar azul, las
gaviotas que vuelan sobre la cubierta náutica, o el paisaje de la naturaleza,
fuente de inspiración para nuestra mente y nuestra alma, sino que estamos
metidos en los aplicativos que nos indican la ruta a seguir. No nos es permitido
salirnos del camino. El “GPS” virtual en que nos hemos convertido, no nos permite
coger atajos que nos lleve a destinos desconocidos, a lugares nunca hollados, y
que quizá, podrían ser de gran interés en el viaje.
Uno de los
objetivos de viajar es conocernos a nosotros mismos en un lugar diferente al
que estamos acostumbrados. Por eso, todo viaje es un descubrimiento, un
reconocimiento de mí mismo y de la impresión que tengo de ese lugar recién
descubierto. Esa es mi impresión, mi subjetividad. La subjetividad trae consigo
un vasto repertorio de creatividad. Yo soy yo mismo cuando viajo, el alimento
que elijo comer, el paisaje que procuro conocer, el museo, la cultura, la
gente. Necesitamos tiempo para “digerir” esas informaciones y no preocuparnos
en hacer “selfie” a cada momento sin prestar la debida importancia y el debido
valor a aquello que estamos conociendo por primera vez. Ya no nos importa lo
que vemos, sino mostrar a todos lo que estamos viendo y dónde estamos.
Lógicamente
concuerdo con el artículo periodístico cuando dice que la tecnología tiene sus
ventajas. Cuando necesitamos llegar rápido, cuando tenemos dudas sobre un lugar
en cuestión, etc, pero lo más importante es que no seamos sumisos a ella. No
rompamos “la ilusión” que un viaje nos provee cuando nos “dejamos llevar” por
lo planeado y lo no planeado. Un viaje es una emoción, aquello que me mueve por
dentro al descubrirlo.
Siempre
experimenté en los viajes que realicé una sensación emocional con el ambiente
que conocía por primera vez. Nunca sentí necesidad de saltarme aquellos
preciosos minutos de contemplación, por la preocupación de sacar fotos. Preferí
y prefiero siempre contemplar y sentir el paisaje que veo de que intentar
eternizarlo por el “Instagram”. Lo cierto es que, así, cada paisaje quedaba
registrada en mi memoria acompañada de la emoción que provocó en mí por primera
vez.
Y cuando
llegue el momento del cansancio de tanto ver paisajes nuevos, o cuando la
monotonía y el hastío me acechen para devorar mi subjetividad, entonces haré lo
que el CID CAMPEADOR (héroe español del siglo XI) había hecho: ir a los cerros
de Úbeda. Refugiarme en el silencio y en la soledad para asimilar todo lo que
he aprendido en cada uno de mis viajes y, que ciertamente será de gran utilidad
para mi inspiración y creatividad.
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