SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA
DEL SEÑOR:
LA FE ILUMINADA
El tiempo
de Navidad llega a su fin con la gran fiesta de la Epifanía del Señor, o
manifestación del poder y de la bondad de Dios a todos los pueblos del mundo.
El modelo y
el ejemplo de los Reyes del Oriente que, cruzando caminos inhóspitos, lleno de
peligros y dudas, no cejaron en su empeño de encontrar al Niño Dios, siguiendo
a la estrella de Belén. Es el vivo ejemplo de la fe iluminada, es decir,
aquella fe iluminada por la estrella divina que es la luz de Cristo, que acabó
de nacer nuevamente en nuestros corazones.
Hoy, a los
pasos de la fe seguimos viendo esa luz, esa estrella que es Jesús que nos
ilumina – si así lo permitimos – el camino que debemos seguir para llegar hasta
Él. Cada propósito que hacemos de seguirlo es como una luz pequeña que se
enciende. El tiempo, la constancia, a pesar de las dificultades, el recomenzar
una y otra vez, transforma lo que se inició como algo pequeño y titubeante en
una gran luz: claridad para otros que también andan buscando a Cristo. Mientras
los Magos estaban en Persia, no veían sino una estrella; pero cuando dejaron su
patria, vieron al mismo Sol de justicia.
En la
visita y adoración de los Magos, están representadas las gentes de toda lengua
y nación que se ponen en camino, llamadas por Dios, para adorar a Jesús. Al
llegar a Belén y encontrar al Niño en un pesebre, los Reyes Magos se postraron
y le adoraron. Y nosotros también nos arrodillamos delante de Jesús, del Dios
escondido en la humanidad y le ofrecemos nuestros presentes: el Oro, símbolo de
la realeza, el oro fino del espíritu de desprendimiento y de los medios
materiales; el Incienso, como símbolo de esperanza puesta en el Mesías,
sacerdote eterno y la Mirra, porque Dios encarnado tomará sobre sí nuestras
enfermedades y cargará con nuestros dolores.
La Epifanía
nos recuerda que debemos poner todos los medios para que nuestros amigos,
familiares y colegas se acerquen a Jesús. Y al terminar, pedidos a los Santos
Reyes que nos enseñen el camino que lleva a Cristo para que cada día le
llevemos nuestro oro, nuestro incienso y nuestra mirra. Ellos tuvieron una
estrella, nosotros tenemos a María, “Stella
Maris, Stella orientis”.
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