Quién nunca
sufrió la aridez y el cansancio, el estado de estar desabrido y dislocado de la
realidad durante las “horas bajas”?
Las horas
bajas son aquellos momentos de tibieza, de profundo cansancio del cuerpo y del
alma, en que la imaginación gira en torno a la tristeza – causada por una
especie de sopor físico y mental, un agotamiento biológico e intelectual.
Durante
mucho tiempo, temí este estado tan desgraciado para la inspiración y para el
optimismo de la vida. Después, me di cuenta que el “estar viviendo” en algún momento
de la vida, estas “horas bajas” eran nada más que un esbozo de la propia alma
humana. No podríamos nunca vivir las delicias inspiradoras de la alegría vital
sin pasar por la oscuridad, la aridez y los sinsabores de un estado visceral de
vacío y de desolación.
He tardado
mucho en comprender que estas horas de soledad de la inspiración traían consigo
un alivio de cierto tipo de descanso. Leí alguna vez que si las cuerdas de una
guitarra están demasiado tensas, ellas se rompen. Así, cuando nos encontramos
en estos momentos desérticos y abrumados por el cansancio intelectual y físico,
un buen descanso es el mejor antídoto para la recuperación, en tiempo record de
la normalidad.
Ya no le
temo a las horas bajas. Ya no le temo al sufrimiento pues forma parte de la
vida misma y tratar de evitarlo conlleva un denodado esfuerzo que no vale la
pena. El sufrimiento es necesario pues nos da fortaleza para enfrentar aquello
por lo cual estamos luchando constantemente para conseguirlo.
Cuando estas horas llegan, me dejo llevar por
el pensamiento vacío de las incertezas e inseguridades, porque sólo así,
conociendo a fondo la fragilidad de mi alma, me siento mucho más humano.
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