quarta-feira, 13 de abril de 2011
LA SEMPITERNA ESPERA
Las Pascuas de Resurrección están a la vuelta de la esquina. El largo caminar de penitencia y tiempo cuaresmal llega paulatinamente a su fin. En pocos días más, nos sumergiremos en el misterio de amor de Cristo, en su muerte y en su gloriosa resurrección.
Caminamos, casi siempre en tinieblas; tinieblas de soledad y de dolor, de infortunios y pereza, de odio y mezquindad. Solo nos resta avanzar con fe hacia la luz que brilla por la eternidad: la luz de Cristo.
En mi infancia, había quedado sorprendido con los símbolos y metáforas de mi religión. En la vigilia pascual, el templo estaba oscuro y, al promediar la medianoche, el recinto se llenaba de luz y las campanas anunciaban al mundo que el Salvador, el Cristo de Dios había resucitado.
Nuestros corazones se llenan de júbilo y en ese día en que la vida vence a la muerte, la muerte del pecado y de la oscuridad.
Estamos inmersos en esa oscuridad. La liturgia nos tomará de la mano para comprender – con la ayuda de la fe – este misterio de dolor y de penitencia. Pero la oscuridad pasará y veremos brillar la luz bondadosa de Jesucristo que, movido por su profundo amor a la humanidad, nos ofrecerá la gracia de ser salvo en su nombre.
El domingo de ramos es el inicio de la Semana Santa. Aprovecharemos para contemplar la pasión; nos meteremos en las dulces llagas de Nuestro Señor, lo acompañaremos en el dolor de la Cruz y esperaremos su gloriosa resurrección.
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