quinta-feira, 4 de julho de 2013

APOLOGÍA A LA CARTA


Abrir un sobre, abrir una carta, sentirla, olerla, traducirla, interpretarla. Estos son los sentimientos que me cercan cuando recibo una carta manuscrita.

A pesar de ser hijo del nuevo milenio y vivir rodeado de la tecnología informática como correos electrónicos, twitter, facebook y otras redes sociales; a pesar de que la comunicación entre los hombres se realiza a velocidad sideral, en unos pocos segundos….A pesar de todo eso, aún me emociona escribir y recibir cartas manuscritas.

Con una carta en la mano, puedo traducir el alma de quien la escribe. Los garabatos de las letras, ora perfectas y delineadas, ora nerviosas y algo torpes, significan el momento presente del remitente.

En el papel puedo sentir, a parte de las emociones, los pensamientos del que escribe. Esos pensamientos ofrecen innúmeras interpretaciones que, de acuerdo al momento y a la intensidad, demuestran un contenido profundo de sinceridad, miedos, deseos, angustias y amor.

Una Carta de Amor es la prueba más veraz del corazón humano. Traspasando los años, ellas siempre han servido de soporte a tantas historias de corazones enamorados, a tantas historias de amor.

Las cartas son perennes. Algún día todo desaparecerá; algún día nosotros desapareceremos; algún día las máquinas y los ordenadores fallarán. Pero, alguien encontrará, quizá en el fondo de algún viejo baúl enmohecido por los años, un puñado de cartas que serán testigos de historias de vida, historias de seres que aquí vivieron y que dejaron, a través de sus escritos, huellas imborrables de humanidad.

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