Abrir un
sobre, abrir una carta, sentirla, olerla, traducirla, interpretarla. Estos son
los sentimientos que me cercan cuando recibo una carta manuscrita.
A pesar de
ser hijo del nuevo milenio y vivir rodeado de la tecnología informática como
correos electrónicos, twitter, facebook y otras redes sociales; a pesar de que
la comunicación entre los hombres se realiza a velocidad sideral, en unos pocos
segundos….A pesar de todo eso, aún me emociona escribir y recibir cartas
manuscritas.
Con una
carta en la mano, puedo traducir el alma de quien la escribe. Los garabatos de
las letras, ora perfectas y delineadas, ora nerviosas y algo torpes, significan
el momento presente del remitente.
En el papel
puedo sentir, a parte de las emociones, los pensamientos del que escribe. Esos
pensamientos ofrecen innúmeras interpretaciones que, de acuerdo al momento y a
la intensidad, demuestran un contenido profundo de sinceridad, miedos, deseos,
angustias y amor.
Una Carta
de Amor es la prueba más veraz del corazón humano. Traspasando los años, ellas
siempre han servido de soporte a tantas historias de corazones enamorados, a
tantas historias de amor.
Las cartas
son perennes. Algún día todo desaparecerá; algún día nosotros desapareceremos;
algún día las máquinas y los ordenadores fallarán. Pero, alguien encontrará,
quizá en el fondo de algún viejo baúl enmohecido por los años, un puñado de
cartas que serán testigos de historias de vida, historias de seres que aquí
vivieron y que dejaron, a través de sus escritos, huellas imborrables de
humanidad.
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