Vivimos en una época llamada “moderna”, “contemporánea”, “actual”, “tecnológica” y para concluir, “avanzada”. Y estas definiciones son verdaderas si tomamos en cuenta los avances de la tecnología, como la Internet, por ejemplo. Hoy en día sabemos todo lo que ocurre en el mundo en forma instantánea a través del ordenador y, casi no tenemos tiempo de digerir las noticias que suceden en nuestro planeta.
Son los llamados TIEMPOS MODERNOS. Pero, esto no me atrae en absoluto. Cómo echo de menos aquellos años de mi infancia, donde durante el desayuno, no nos atragantábamos con noticias tristes y catastróficas!; también cuando las noticias buenas eran más difundidas y atraían más que las malas.
Echo de menos las diversiones escolares, las vacaciones de verano, (no había peligro de los rayos ultravioletas) cuando podíamos aprovechar, alegres y relajados, de largas horas en la playa.
Echo de menos las cenas familiares; aquellos viajes inolvidables contemplando la naturaleza, el vaivén de las estaciones tan bien definidas, el ambiente ecológico respetado y disfrutado por todos.
Los grandes descubrimientos científicos, parecían no perturbar la paz que reinaba en las familias. Echo de menos, cuando podíamos ejercer nuestros derechos en forma natural, sin ambages ni contrariedades, cuando el respeto estaba impregnado en los ciudadanos, sin remilgos; cuando nos asombrábamos ante tragedias y calamidades, pero ejercíamos, sin dilaciones, nuestras actitudes cristianas de caridad.
Hoy vivimos en un siglo convulsionado. Celebro la tecnología y la informática – ya que facilita que yo escriba en este espacio – pero añoro aquella vida más tranquila y feliz.
No soy nostálgico. En muchas cuestiones soy hombre de mi tiempo – del siglo XXI- pero, no dejo de observar los profundos cambios que el mundo pasó, y está pasando en forma meteórica y sorprendente.
Lo bueno de este análisis personal es que, a pesar de todo lo que veo y escucho, aún tengo la capacidad de sorprenderme.
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