sábado, 29 de junho de 2013

UNA MIRADA DE FE


EL AGUA Y LA GRIETA: LA TIBIEZA


La figura del agua que transcurre lentamente entre la roca y provoca grietas que con el tiempo destruye todo a su alrededor es un buen ejemplo para explicar la tibieza. Ésta es una enfermedad del amor que afecta la inteligencia y la voluntad y deja al cristiano sin fuerza apostólica y con una interioridad triste y empobrecida.

La tibieza es aquel estado en que vamos posponiendo todas nuestras obligaciones de piedad. Cuando nos dejamos llevar por la pereza (que es la verdadera causa de la tristeza interior) y así, el agua del desinterés, del bochorno, del entumecimiento de la voluntad, va tomando cuerpo en nuestro interior hasta que nos damos cuenta de que ya no necesitamos más comunicarnos con lo divino. La tibieza también trae consigo el egoísmo y la soberbia cuyo discurso es: todo lo puedo sólo, sin ayuda de Dios.

La tibieza comienza por una voluntad debilitada, a causa de frecuente faltas y dejaciones culpables, entonces la inteligencia no ve con claridad a Cristo en el horizonte de su vida, queda lejano por tanto descuido en detalles de amor. La vida interior va sufriendo un cambio profundo: ya no tiene como centro a Jesucristo, las prácticas de piedad quedan vacías de contenido, sin alma y sin amor. Se hacen por rutina o costumbre, no por amor.

Una característica del alma enamorada es la alegría. Pues bien, la tibieza hace perder la alegría y la prontitud en lo que a Dios se refiere.

Santo Tomás de Aquino señala como característica de este estado “una cierta tristeza, por la que el hombre se vuelve tardo para realizar actos espirituales a causa del esfuerzo que comportan”. Las normas de piedad y de devoción son entonces una carga mal soportada que un motor empuja y ayuda a vencer las dificultades.

A veces un cansancio o una enfermedad provocan aridez espiritual. No debemos confundirlos con la tibieza, pues en esos casos, a pesar de la sequedad, la voluntad está firme.

Es importante recalcar que, en presencia de Dios, la verdadera piedad no es cuestión de sentimiento, aunque los afectos sensibles son buenos y pueden ser de gran ayuda en la oración, y en toda la vida interior, porque son parte importante de la naturaleza humana, tal como Dios la creó. Pero no deben ocupar el primer lugar en la piedad: no son parte principal de nuestras relaciones con el Señor. El sentimiento es ayuda y nada más, porque la esencia de la piedad no es el sentimiento, sino la voluntad decidida de servir a Dios, con independencia de los estados de ánimo, ¡tan cambiantes!, y de cualquier otra circunstancia.

Pidamos al Señor que nos aleje siempre del estado de tibieza espiritual que es el agua que destruye la roca firme de la fe.

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