EL AGUA Y LA GRIETA: LA TIBIEZA
La figura
del agua que transcurre lentamente entre la roca y provoca grietas que con el
tiempo destruye todo a su alrededor es un buen ejemplo para explicar la
tibieza. Ésta es una enfermedad del amor que afecta la inteligencia y la voluntad
y deja al cristiano sin fuerza apostólica y con una interioridad triste y
empobrecida.
La tibieza
es aquel estado en que vamos posponiendo todas nuestras obligaciones de piedad.
Cuando nos dejamos llevar por la pereza (que es la verdadera causa de la
tristeza interior) y así, el agua del desinterés, del bochorno, del entumecimiento
de la voluntad, va tomando cuerpo en nuestro interior hasta que nos damos
cuenta de que ya no necesitamos más comunicarnos con lo divino. La tibieza
también trae consigo el egoísmo y la soberbia cuyo discurso es: todo lo puedo
sólo, sin ayuda de Dios.
La tibieza
comienza por una voluntad debilitada, a causa de frecuente faltas y dejaciones
culpables, entonces la inteligencia no ve con claridad a Cristo en el horizonte
de su vida, queda lejano por tanto descuido en detalles de amor. La vida
interior va sufriendo un cambio profundo: ya no tiene como centro a Jesucristo,
las prácticas de piedad quedan vacías de contenido, sin alma y sin amor. Se
hacen por rutina o costumbre, no por amor.
Una característica
del alma enamorada es la alegría. Pues bien, la tibieza hace perder la alegría y
la prontitud en lo que a Dios se refiere.
Santo Tomás
de Aquino señala como característica de este estado “una cierta tristeza, por
la que el hombre se vuelve tardo para realizar actos espirituales a causa del
esfuerzo que comportan”. Las normas de piedad y de devoción son entonces una
carga mal soportada que un motor empuja y ayuda a vencer las dificultades.
A veces un
cansancio o una enfermedad provocan aridez espiritual. No debemos confundirlos
con la tibieza, pues en esos casos, a pesar de la sequedad, la voluntad está
firme.
Es
importante recalcar que, en presencia de Dios, la verdadera piedad no es cuestión
de sentimiento, aunque los afectos sensibles son buenos y pueden ser de gran
ayuda en la oración, y en toda la vida interior, porque son parte importante de
la naturaleza humana, tal como Dios la creó. Pero no deben ocupar el primer
lugar en la piedad: no son parte principal de nuestras relaciones con el Señor.
El sentimiento es ayuda y nada más, porque la esencia de la piedad no es el
sentimiento, sino la voluntad decidida de servir a Dios, con independencia de
los estados de ánimo, ¡tan cambiantes!, y de cualquier otra circunstancia.
Pidamos al
Señor que nos aleje siempre del estado de tibieza espiritual que es el agua que
destruye la roca firme de la fe.
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