quarta-feira, 14 de agosto de 2013

ARTE


Una obra de arte es etérea, inmanente, visceral y emotiva. Sojuzga el alma del hombre y la eleva hacia un nivel de virtud imperecedera. Es latente, pues provoca transformaciones sensibles y muchas veces filosóficas en la mente de quien la admira y posee. Es eterna, pues invade las cámaras secretas de la inconsciencia humana y acompaña al hombre a través de la inmortalidad.

Es vulnerable, pues su poder es subjetivo y es inestimable desde el momento en que esa “subjetividad” la coloca en diversos niveles de valor. En fin, una verdadera obra de arte es el más fulgurante reflejo de la expresión y de la inteligencia humana.

La virtud de apreciarla es atributo de la raza humana.

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