Tiempo
ligeramente nublado. Día tranquilo. La inspiración llega a borbotones desde
tempranas horas de la mañana. Veo rostros silenciosos, preocupados, alegres,
rostros enmascarados por el misterio rutinario, por la desesperación y del hastío.
Veo también rostros radiantes y confiados. La temperatura sube lentamente; la
humedad disminuye. Es el mes de agosto que lleva consigo una estela de esperanzas
y realizaciones. Respiro profundo. Sigo mi rumbo. Miro a mi alrededor y veo los
edificios altivos, las miradas furtivas, las esperanzas y las ilusiones
flotando en el aire.
Es lunes en
la ciudad. La ciudad que abraza el porvenir, el devenir y el pasado, se desliza
suave a través de más un día en el día de los ciudadanos.
Un lugar en
el imaginario de la mente fantasiosa de los poetas urbanos, de las mujeres con
prisa, de los hombres cansados, de los ancianos cansinos, de los jóvenes
impacientes; un lugar en fin donde la vida extiende su manto de misterio por
medio de la existencia de los seres que la pueblan, que la habitan y que la
viven. Un lugar cualquiera en el hemisferio sur. Un lugar incomun.
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