ENCUENTRO DE CORAZÓN
Meditando
sobre mi pasado, recordé un viejo poema de mi adolescencia que había estudiado
en la escuela. Se llama “QUÉ TENGO YO, QUE MI AMISTAD PROCURAS”
Me
sorprendió cómo lo recordé frase a frase, palabra por palabra y me emocioné en
demasía. El poema ha servido – como siempre ocurre en el misterio de la fe-
para aumentar el amor a Jesús.
“¿Que tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué es lo que se te ocurre Jesús mío?
Que a mi puerta cubierta de rocío
Pasas las noches del invierno a oscuras
Cuántas fueron mis entrañas duras,
Pues no te abrí, qué extraño desvarío!
Si de mi ingratitud, el hielo frio
Secó las llagas de tus plantas puras.
Cuántas veces el ángel me decía:
Alma, asómate ahora a la ventana,
Verás con cuanto amor llamar porfía!
Y cuántas hermosura soberana!
“Mañana le abriremos”, respondía
Para lo mismo responder mañana”
Medité
profundamente las palabras del poema. Es el corazón amoroso y misericordioso de
Nuestro Señor que está siempre esperando por detrás de la puerta de nuestro
corazón, para que lo abramos y dejemos que Él se apose de nosotros.
Durante
mucho tiempo, he dejado la puerta abierta y Él ha entrado con su bondad
infinita, aligerando mis penas, aliviando mis cargas, soportando conmigo el
peso duro de la cruz, la cruz de todos los días, aquella que nos santifica y
que nos hace más cercanos a ÉL. También, muchas veces he cerrado las puertas de
mi corazón al Señor, y no he sido feliz. Al meditar el poema, me di cuenta de
la necesidad imperiosa e ineludible de abrir mi corazón de una vez por todas a
la misericordia de Cristo, de su Sagrado Corazón. De entregar totalmente mi
alma a sus designios y a su amor y de confiar serenamente en su bondad y en su
misericordia.
No dejaré
que Jesús pase “el invierno a oscuras, a la vera del camino”, sin abrirle las
puertas de mi corazón.
Ven, Señor
Jesús, no te tardes. Te esperaré siempre!. Amén.
“Y así, como surge la aurora
Abrí mi corazón a Jesús
Él se aposó de mi alma
Y me devolvió la paz y la verdadera felicidad”
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