quarta-feira, 2 de agosto de 2017

ESPAÑOL Y PORTUGUÉS



Al nacer en medio de sus suaves melodías, de su abrupta sinceridad, de su romanticismo embriagante, la lengua española acunó mis primeros pensamientos, mis primeros razonamientos, mis ideas, mis emociones. He construido paulatinamente la pirámide de mi propia literatura en medio del caos de una adolescencia común, y en medio a un mundo difícil y complejo, como cualquier joven de su época.
En la tierna infancia, la idea de lo sobrenatural ha calado hondo en mi alma, era una idea más que necesaria, era una idea que me llevaba a mi propia salvación individual. Y entonces, aprendí el verbo “Amar” en su mayor dimensión. Al amar al Creador, aprendí a amarme a mí mismo, aprendí a amar a los demás y aprendí a comunicarme a través de las antiguas plegarias de mis antepasados. Así aprendí a dilucidar, aunque en forma imperfecta, los misterios que las palabras tienen en la lengua española.
La riqueza del vocabulario la absorbí a través de las fantásticas lecturas de mi tierna adolescencia. En los viajes de Salgari, en las aventuras de Tom Sawyer, en la Isla del Tesoro de Stevenson. Después, algún tiempo después, llegaron los grandes: Cervantes, Neruda, Bécquer, Lorca. Parecía entonces que no necesitaba de ninguna otra lengua más para poder pensar y soñar. Me equivocaba. Descubrí la riqueza que cada lengua tiene escondida a través de los meandros de sus obras literarias.
Entonces, apareció la lengua portuguesa.
Alguna vez, alguien había dicho que el portugués solo era “un español deshuesado”, fácil, cómodo y sencillo de entender. Gran equivocación.
Al entrar en el mundo lusitano del portugués me deparé con una complejidad única. El primer elemento que descubrí en ella fue la armonía y el ritmo suave y delicado de sus vocales, las construcciones elegantes de sus frases, el orden de pensamiento rígido y al mismo tiempo liberador de su gramática, no tardaron en seducirme.
Y cuando tuve entre mis manos las bases de una comprensión considerable, entonces me sumergí en el mundo de la literatura. Descubrí grandes escritores y poetas. Aprendí a amar a Fernando Pessoa, a Manoel Bandeira, a Drummond de Andrade, la sencillez de Adélia Prado, el mundo de Guimarães Rosa y la grandiosidad de Clarice Lispector que había dicho: “Esta es una confesión de amor. Amo la lengua portuguesa. Ella no es fácil. No es maleable. Y como no fue profundamente trabajada por el pensamiento, su tendencia es la de no tener sutilezas y de reaccionar a veces con un verdadero puntapié contra los que temerariamente se atreven a transformarla en un lenguaje de sentimiento y de alerta. Y de  amor. La lengua portuguesa es un verdadero desafío para quien escribe, sobre todo para quien escribe sacando de las cosas y de las personas la primera capa de superficialidad”
 “Ternura” no es igual a cariño, “saudade” no es igual a nostalgia. Pero la palabra “AMOR” sí es igual y se siente de la misma forma.
Este texto es sólo para demostrar mi profundo respeto y mi amor por las dos lenguas que, en este momento de mi formación, son las dos columnas de mis pensamientos. Las demás, siguen como polluelos a la gallina.

*******

Nenhum comentário:

Postar um comentário