Cierro los ojos y puedo escuchar
el silencio mustio de la tarde Toscana. En mi mente, trato de reorganizar las
imágenes vistas y vividas durante estos dorados e inolvidables días. Pienso que
la mayoría de las imágenes de belleza sin par, de un misterioso silencio que
antecede la apreciación del arte, y la extraordinaria sensación que produce en
mi alma todo lo que es excelso, todo lo que es primoroso, todo lo que es
exquisito, todo lo que me llena en lo más profundo de mi alma y de mi mente.
Es verano y es “tarde ociosa”.
Sentado y de ojos cerrados, evoco momentos mágicos que he visto, “aprehendido”
y depositado en las cámaras más secretas de mis recuerdos.
La sonrisa angelical de una niña
ante los mosaicos majestuosos de la Catedral, mi asombro ante la gloriosa
arquitectura renacentista, el murmullo suave de la fuente de una plaza, el suave atardecer de las soledades toscanas.
El silencio magistral de un magnifico e imponente templo y mi conexión con el
Divino Criador que se dignó a dar al hombre como dádiva, la inteligencia de
“hacer y construir “. El sonido de una
sinfonía a lo lejos, el término de mi libro que el “lockdown” me ha dado el
impulso para continuar y llegar a su fin, el sabroso vino que mis papilas gustativas
no han de olvidar jamás y las inspiraciones poéticas de este mágico lugar.
Toda belleza trae consigo asombro
y sufrimiento. La sensibilidad es un arma de doble filo.
Pido permiso al poeta de mi
corazón, don Juan Ramón Jiménez para intentar exprimir en palabras lo que mi
corazón siente y aprecia.
“Nada hay que yo, esta tarde, conocido no haya”
Tiempo sin huellas:
dame el secreto con que invade
cada día, tu espíritu a tu cuerpo!
Y finalmente:
QUE DESCANSO
tan lleno de trabajo dulce! Qué
horizonte
elástico, hasta el fin de lo
infinito,
el de mí echado corazón sereno!
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