Capítulo I
“EDUARDO”
Al disiparse la bruma, se encontró caminando en medio de un espeso y
misterioso bosque. Un lugar extraño. Nunca había estado en un lugar así. Se dio
cuenta de que caminaba descalzo sintiendo en sus pies blancos y delicados la
humedad del incipiente rocío.
Era llevado por una fuerza misteriosa que lo conducía, no sabía adónde. Se
preguntaba qué hacía en ese lugar y hacia donde iba. Pero seguía caminando.
La noche no estaba tan oscura, estaba en penumbras como
iluminada por el plenilunio. Una ráfaga de viento fresco y agradable lo hizo
estremecer.
El sendero era un tanto sinuoso. Los árboles, de un verde
oscuro, no eran tan altos.
Por fin, el sendero lo condujo hacia una gran roca y así
llegó a un peñasco alto y colosal y allí vio el mar majestuoso.
Se deslizó algo entumecido, por una especie de rampa de
piedra y empezó a bajar por una escalera de rocas. Todo parecía fácil y
agradable. Alrededor del camino vio algunas prímulas silvestres y muchos
helechos.
La luna iluminaba el mar que era intensamente azul y las
olas formaban una corona de espumas.
Antes de llegar a la playa, había una especie de
plataforma de césped verde. Allí se sentó y contempló el mar y la noche
estrellada.
Se acostó en el césped y escuchó el murmullo de las olas
y se fijó en la vía láctea y las
constelaciones boreales. Parecía flotar en la paz de un mar inmóvil. Le llamó
la atención una, en particular. Parecía tener la forma de una larga cabellera.
Las estrellas tintineaban en ese formato femenil y grácil de pelo.
Volvió a mirar el mar y de repente observó en el
horizonte los albores de un nuevo día. Sintió de repente una brisa cálida y una
luz fuerte, muy fuerte que le impidió abrir los ojos. En ese momento, toda la
calma y placidez que sentía dio paso a una sensación de peligro. Entonces tuvo
la sensación de que no estaba solo y que alguien se aproximaba.
Se despertó bruscamente y algo sobresaltado.
Dos gotas de sudor perlaron su frente. “¿Qué significaría
el sueño? ” Se preguntó. Los rayos del sol invadían la tranquilidad del
dormitorio. “Es una hermosa mañana de verano” pensó. La familia debe estar
disfrutando de las vacaciones de verano en Ibiza.
Su mirada se posó
sobre el cortinado de cretona inglesa, el gran retrato de la “Granny” su
bisabuela y la de los amigos y demás familiares. A través del cortinado pudo
ver haces de luz solar penetrando en el recinto. Se desperezó, como hacia
frecuentemente y la imagen del sueño volvió a aparecer en su mente. Una playa
desierta, de noche, noche estrellada...una constelación de estrellas y volvió a
sentir un estremecimiento al pensar en la sensación de peligro en que se
encontró en la última parte del sueño.
“Alguien acercándose” pensó, pero...¿quién?
Bien, ya era hora de levantarse y así lo hizo tratando de
olvidarse del sueño.
Se dirigió al cuarto de baño y se tomó una buena ducha
matutina.
El piso era lo suficientemente grande como para cultivar
una intimidad y un silencio que tanto
agradaba a su propietario.
El gran salón comedor estaba exquisitamente decorado con
muebles de estilo moderno. El cortinado de colores vivos daba alegría al
ambiente y daba a los visitantes la certeza de que el dueño era una persona
joven y vivaz. Los cuadros que colgaban en las paredes eran alegres y
geométricos. La mayoría del mobiliario había pertenecido a “
Si el salón-comedor era moderno, las habitaciones íntimas
tenían una fuerte influencia inglesa. Un corredor interior, lleno de
fotografías y retrato de familia conducía a las habitaciones privadas.
Una sala de estar de color verde malva con muebles chippendale y cortinados ingleses seguido del amplio
despacho-biblioteca amueblado y decorado con el mismo estilo era el lugar
preferido de Eduardo donde a menudo
pasaba horas y horas trabajando o leyendo. El dormitorio principal, al lado del
despacho con su suite, y los tres dormitorios de huéspedes de variados tamaños
daban la sensación de una soberbia vivienda británica. Del otro lado del salón,
se encontraba un balcón cubierto de plantas que Mayte – una especie de ama de
llaves y soberana de la casa – cuidaba con esmero y cariño, seguido de la
amplia cocina que era muy acogedora y finalmente la despensa, el lavadero y una
amplia área de servicio doméstico. El Piso era muy confortable. A pesar de su
localización céntrica, la cacofonía callejera de Madrid no llegaba hasta él. Al
contrario, podía ser una morada suficientemente silenciosa y pacífica.
Eduardo amaba el piso que había sido herencia de su
bisabuela y que había tomado posesión con tan sólo dieciocho años. Había
abandonado el seno patriarcal a la mayoría de edad y no necesitó hacer grandes
cambios en su morada.
Su personalidad, era sin duda muy conservadora y
tradicional, pero los años que vivió
en Brasil lo transformaron en un
espíritu abierto e independiente emocionalmente.
Con una mente imaginativa y poco común, Eduardo era un
joven de su tiempo. A pesar de su carácter tradicional y conservador en muchos
aspectos, apreciaba la modernidad y era muy ducho en aprender todo sobre ella.
Poseía una simpatía natural y una gentileza dignas de un
caballero. Su educación hispano-inglesa, colmado de exquisitez le proporcionaba
un gran éxito social en todos los círculos donde se movía.
Apreciador de las artes, especialmente de la música,
tocaba el piano con un talento que no distaba mucho de la perfección. Amaba el
cine y el teatro y era asiduo apreciador de los conciertos de música erudita y
de la ópera.
Como su padre, apreciaba las obras de Wagner. El
romanticismo artístico corría por sus venas. Apreciaba el romanticismo alemán y
la literatura romántica española del siglo XIX, pero sin caer en el exagero y
la melosidad con que a veces, se
inclinan los espíritus románticos.
Mantenía un diario personal desde los trece años donde
escribía sobre todos los sucesos de su vida y los que pasaban alrededor del
mundo. Hacía comentarios pertinentes sobre todos los espectáculos culturales
que veía y le fascinaba escribir sobre los viajes que disfrutaba. Sin embargo,
lo que más le agradaba era describir a las personas que conocía. Así como su
padre, el ser humano era siempre una incógnita y un misterio, pero le agradaba
intentar al menos, desvendarlo.
Se vistió rápidamente y al poco tiempo entró en la cocina
donde Mayte terminaba de preparar la mesa del desayuno.
-
Buenos días Mayte – dijo sonriendo a una mujer morena, de corta estatura,
rolliza y con mirada agradable.
-
Buenos días Eddy, ...¿cómo has amanecido? – contestó la mujer con una
sonrisa que mostraba unos dientes perfectos y blancos.
Eddy sonrió. Mayte era su brazo derecho y el ama de casa
más perfecta que jamás haya conocido. Ya estaba con él por muchos años y durante los años que había vivido en
Brasil, Mayte había pasado a formar parte del personal desus padres. Con la
vuelta de Eddy a Madrid, Mayte retomó su trabajo con ahínco y alegría.
Le gustaba mucho trabajar con Eddy. Él era para ella,
algo así como su segundo hijo. La confianza y la corrección marcaban su
relación, y él, desde el inicio confió en ella, no sólo las llaves de la casa,
sino también toda su vida doméstica.
Eddy comentó algo que leyó en el periódico y Mayte se
sentó a saborear un café negro con él. Observo que esta mañana Eddy estaba ausente. Elegante, vistiendo un traje azul
Armani, sus ojos verdes azulados y el pelo rubio, le daba apariencia de un
joven “yuppie” londinense, o un joven ejecutivo español. A pesar de sus treinta
y tres años, conservaba aún un aire de
joven veinteañero.
-
Bien, me tengo que ir...Papá me espera y como sabes, él es de una
puntualidad británica...Voy en metro....Ah, no quiero llevar muchas ropas a
Ibiza, por favor, empaca sólo lo necesario. Adiós...hasta más tarde – dijo al
despedirse y salir raudamente por la puerta del gran y confortable salón
comedor.
Mayte lo vio salir y se dijo a sí mismo, que ya era hora de que Eddy
reencontrara la felicidad.
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